Una de terror en medio de la popular
Todo esto (y mucho más) ocurrió el jueves, durante el estreno de “Annabelle” en el cine Atlas. Función de las 22.30 en la sala principal. Rango etario de la platea: 15/25.
- Una gota de sangre se escurre por el ojo de la diabólica muñeca y alguien opina a todo volumen: “¡ah, bueno!
- Al cabo de una escena truculenta una chica exclama: “¡esa Annabella no vale ni aca!”
- Explican que todo es culpa de una “secta de adoradores del carnero” y un desaforado grita “¡chivooo!”
- Aparece un fantasma asesino y un espectador le dice a la protagonista: “¡echate, echate para engañarlo!”
Otras intervenciones no pueden (mejor dicho, no deben) reproducirse. Sobre todo los insultos al demonio de turno. Los apuntes de color están ligados a la experiencia de ver “Annabelle” en el medio de una hinchada que tomó por asalto un cine y vivió la película como en el living de su casa.
La cuestión es que “Annabelle” se promociona como una precuela de la inquietante “El conjuro”. A no engañarse, el único hilo conductor es la presencia de la muñecota, fea a más no poder. De los guionistas de “El conjuro” no hay ni noticia y el director James Wan ocupa aquí créditos en la producción. Del proyecto se hizo cargo John R, Leonetti, quien lo condujo sin una pizca de imaginación.
La película regala todos los lugares comunes que el género viene acumulando desde hace casi 100 años, sin una mínima vuelta de tuerca capaz de ponerle un poquito de interés. Las actuaciones van por el mismo camino, entre luces que se apagan, puertas que se golpean, la muñeca que mira a la cámara y un demonio al que le faltan ideas para ser tan malo como su maléfica condición indica.
La época y la ambientación sugerían un homenaje a “El bebé de Rosemary”. A la hora de los bifes, “Annabelle” queda a la altura de las aventuras de Chuky.