Sabrán disculpar si me plagio a mi mismo en este comentario, pero viene a colación del estreno de “Annabelle”. El año pasado se estrenó una de las mejores producciones de terror del último tiempo: “El conjuro” (2013). El primer párrafo de aquella crítica era el siguiente:
“Hay algo extraño en la apertura de “El conjuro”, algo que parece presagiar un desastre, pero a la vez confunde y por suerte va por el camino contrario. Tres adolescentes están sentados en un sillón compareciendo, prácticamente, frente a un grupo de adultos. Cuentan algo que los asustó. Para una película de terror, y para los amantes del género, el relato es tan inverosímil como ridículo…”
El recuerdo bien vale, porque “Annabelle” llegó para confirmar que todos esos temores iniciales podían ser ciertos.
Como si fuera un guiño al mal gusto, como si el guionista Gary Dauberman hubiera sabido que íbamos a citarlo, el comienzo es calcado del de “El conjuro”. La misma situación, sólo que esta vez en lugar de focalizarse en otro segmento de la historia de los Warren, el guión nos lleva a conocer el origen de esta muñeca.
Todo empieza cuando John Gordon (Ward Horton) se la regala a su esposa Mia (Anabelle Wallis) quien, a pesar de tener esa cosa bien vestida pero de horripilante apariencia, se pone chocha ante la mirada incrédula de su marido… y de toda la platea. Pero como sobre gustos no hay ley escrita, sigamos. A la señora le gusta, y ¿quién es uno para andar dando correctivos? La coloca en una estantería mientras la cámara se acerca con música tétrica. No vaya a ser que algún espectador desprevenido no haya visto el afiche y no entienda que algo malo va a pasar. Y pasa algo malo… además de que la película sigue proyectándose.
Sin comerla ni beberla, Mia es atacada por sus vecinos, un hombre y una mujer adoradores del diablo que se meten en la casa. Cuando vea esta escena ni se le ocurra interpretar las imágenes porque no hay metáforas, ni simbolismos, ni elipsis. A pesar de un plano conjunto de ambas casas y del marido entrando en la de al lado por la puerta principal, usted nunca sabrá cómo llegaron los vecinos a meterse en la propia. La magia del cine, ¡vaya uno a saber! Si es por esto, “Annabelle” parece dirigida por Mandrake, porque este será sólo el puntapié inicial de una antología del ridículo y del inverosímil.
Por si fuera poco, hay que aguantar, en la misma escena, al atacante clavando un cuchillo en la panza embarazada de Mia. Si al menos el camino hubiera sido apostar por el morbo total estaría justificado, pero la cosa no pasa de ahí. Antes de morir, el alma de la vecina "entra" en la muñeca. ¡Basta!, no me pregunte. Entra. Creer o reír. En algún momento algún personaje piadoso le contará al público que a veces el mal se posesiona de algunos objetos.
Todo lo inherente a lo estético logrado en “El conjuro”, está absolutamente abandonado aquí. La dirección de arte es apenas un derivado, los efectos visuales son comunes, la banda de sonido directamente anuncia todo y abusa de la percusión para lograr el sobresalto fácil, y la fotografía tiene, sólo por momentos esa tendencia a los colores secos que tanto ayudaban a construir los ’70. Raro, porque aquí el realizador John R. Leonetti fue el director de fotografía de la anterior.
El elenco cumple. Es loable ver como se esfuerzan para no romper en carcajadas ante líneas como la del fantasma de la vecina: "Me gustan tus muñecas", dice. o la propia Mia cuando, en un destello de piedad hacia quién escribe, pone en palabras la inevitable conclusión: "Hay cosas que pasan que no se pueden explicar".