Annabelle

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Muñeca brava

Ingeniosa de a ratos, pero por momentos despareja en el balance final y algo torpe en resoluciones narrativas, se puede justificar en la puesta en marcha de este spin off, Annabelle, originado tras el éxito taquillero de El conjuro, los signos de los aciertos y desaciertos como nueva propuesta que se nutre de influencias setentosas para encontrar el hueco adecuado al mecanismo de construcción del susto.

Más allá de los ángulos de cámara poco convencionales, o ciertos juegos en la puesta en escena, el primer defecto del film de John R. Leonetti consiste en no encontrarle la vuelta al guión para rodear satisfactoriamente a la anécdota de la existencia de una muñeca poseída, que no se mueve como Chucky sino que es transportada por diferentes demonios –cuando no por el mismísimo Lucifer- para aterrorizar más que a los personajes, al público.

La aparición del caricaturesco príncipe de las tinieblas negro y con cuernos no le aporta absolutamente nada a esa impronta minimalista que se buscaba al traer a colación ese prólogo prometedor ya anunciado en El Conjuro, pretexto para retroceder a los anales que en teoría marcan el origen de esta maldición y que se remontan a la época de los rituales satánicos del clan Manson. Elipsis mediante y con la consabida aparición de la muñeca en la casa de Mía y su esposo, quienes están a la dulce espera de Lía, rápidamente el episodio conecta al público cinéfilo con aquella película El bebé de Rosemary, aunque aquí no hay vecinos misteriosos o personajes ambiguos de dos caras.

La simpleza en el trazo de cada uno de los secundarios e incluso de esta madre primeriza, varias veces atacada antes de dar a luz, poco convincente con sus reacciones de miedo, hablan a las claras de que todo se deposita en la construcción de los climas y la atmósfera dejando en un plano rezagado el argumento.

En los setenta, toda propuesta de terror contaba con una trama bien desarrollada y personajes menos chatos que los que abundan en productos de este milenio. Quizás por eso se comprenda que de los cinco millones de dólares del presupuesto se haya destinado tan poco al cachet de un elenco ignoto. Algo diferente a lo ocurrido en El Conjuro.

Piénsese, por ejemplo, en la genial Magia, con un Anthony Hopkins joven y dirigida en 1978 por Richard Attemborough, lo escalofriante de ciertas escenas con el muñeco y la locura del ventrílocuo, por citar una película muy poco revisitada y que esperemos no tenga remake nunca.

Sin embargo, no todos son escollos en la trama de Annabelle cuando aparece la eficaz utilización de los recursos cinematográficos y de la puesta en escena en conjunto para lograr esporádicos sobresaltos sin golpes de efecto. La iconografía básica de las películas de aparecidos o fantasmas en pena dice presente aquí, así como la idea de redención a partir del sacrificio de las madres para contentar la saciedad de almas inocentes, objetivo central de todo sacrificio satánico.

Si uno tomara de referencia el inicio de Annabelle dentro de una iglesia y con un sermón que gira en torno al sacrificio para la purificación, tranquilamente sabrá o conjeturará de qué se trata todo y cómo puede llegar a terminar el film sin ser acusado de spoileador serial por algún espectador incauto.

La mayoría del público habitué no prestará demasiada atención a ninguno de estos argumentos en base a la ansiedad por verse sorprendidos en la butaca, algo que lamentablemente deberán buscar en otra parte.