Lo que faltaba. Asistir a un desfile de estrellas de Hollywood como excusa para vender cremas para la piel. Ahora que se acerca 2012, y esta próxima la profecía Maya sobre el fin del mundo, el cine comercial de Hollywood parece querer adelantarse un poco al evento así el mundo tiene algo menos por “finalizar” cuando llegue el momento.
Históricamente el cine estadounidense ha convocado verdaderas selecciones de actores y actrices para armar un superelenco al servicio de una historia. UNA historia. Cuando tanta gente pasa por adelante de la cámara algo tienen que hacer, y dentro de lo posible algo más elaborado que mandarle saludos a la mamá, y cosas por el estilo.
La solución que se le ocurrió a la flojísima guionista Katherine Fugate es hacer subtramas que, al no tener una historia que apoyar, quedan como piezas aisladas de un rompecabezas. El veterano Garry Marshall insiste con la comedia superficial y romántica que lo llevó a hacer un híbrido parecido con “Día de los enamorados” (2010).
Hablar de personajes sería una pérdida de tiempo. Digamos que Michelle Pfeiffer tiene que ir a una fiesta y Zac Efron la ayuda; en tanto Hillary Swank es la encargada de la transmisión del tradicional descenso de la bola de luces en Times Square, en espera que Bon Jovi cante en ese ámbito, pero él anda distraído con otra cosa. Roberto de Niro agoniza y quiere salir un rato a ver los fuegos de artificio, pero tiene a Hale Berry de enfermera estricta. Jessica Biel anda obsesionada con parir el primer bebé del año en competencia con otra mujer (acaso la más ridícula de todas las historias). Sarah Jessica Parker anda sobreprotegiendo a su hija (esta sección tiene un vínculo bien logrado entre las dos actrices), en tanto Aston Kutcher queda atrapado en un ascensor con Lea Michele (de la serie “Glee”). Mezclados entre los extras está el resto de los artistas, cada uno con su correspondiente cameo, por ejemplo James Belushi, Cary Elwes, Yeardley Smith y un sinfín de nombres que se seuman a otra enorme cantidad de extras, entre los que aparentemente está muy de moda usar horribles sombreritos de una conocida marca de cosméticos.
Lo único que tienen estas pequeñas historias es la ciudad de Nueva York como marco para la celebración del inicio de un nuevo año. Para el realizador de “Frankie y Johnnie” (1991) es suficiente, así que no pretenda un armado correcto de la trama, ni un diseño medianamente razonable de los personajes, ni nada que se parezca a la coherencia. Por suerte para año nuevo va a ser el espectador el que tenga una posición más amable con esa cantidad de artistas. Por sí misma la producción es un barco que se hunde inevitablemente.
Música y compaginación hacen lo que pueden para sostener la propuesta que, por supuesto, ya se puede imaginar como termina, ¿no? Algo le debe haber pasado al fotógrafo Charles Minsky porque utiliza en forma excesiva los colores oscuros, empezando por el azul.
Aquellos que consideren a “Día de los enamorados” como una buena película van a disfrutar de esta realización. Los demás deberán buscar en otro lado.