Sin lecciones
Anomalisa fue fácilmente etiquetada como “animación para adultos”, algo que si se tiene en cuenta su extensa escena sexual en stop motion y lo profundo que se tornan los temas que se tratan hacia el desconcertante final, es un término que le cae como anillo al dedo. El asunto es que también es una etiqueta vacía que dice muy poco del contenido del film, más allá de que no llevaríamos niños a verla. Dirigida por Charlie Kaufman junto a Duke Johnson (que con esta codirección comienza a dar sus primeros pasos en el largometraje), la película retoma algunas de las obsesiones de Kaufman, pero las trabaja con un tono menos críptico y confuso que en su ópera prima Sinécdoque, Nueva York; aunque con menos efectividad que en sus trabajos junto a Michel Gondry y Spike Jonze.
Anomalisa narra cómo un experimentado escritor de autoayuda llega a una lluviosa Cincinnati, donde espera para dar una conferencia sobre sus libros en un lujoso hotel. Allí lo asaltan fantasmas del pasado con una mujer, que se suman al hartazgo que siente por actuar el lugar en el que se puso como “gurú”. Esta introducción con un personaje neurótico enfrentando en su aparente rutina, su pasado y su identidad, aislado en un no lugar, tiene mucho en común con películas como Perdidos en Tokio o Amor sin escalas, e incluso lo que plantea sobre el amor al encontrarse a dos chicas en el hall para tomar algo es una versión un tanto vulgarizada de lo que ocurre en esos films. Lo que ocurre una vez encuentra a Lisa y la paradoja de esa atracción del personaje central por alguien que se encuentra desvalorizado tiene ecos en la segunda mitad del film, cuando las obsesiones del personaje aparecen deconstruidas y se profundiza en el conflicto de identidad. La caída en el nihilismo a pesar del aparente resguardo que le da el prestigio de ser un escritor de autoayuda, termina entregando una escena y un final digno de un cuento de Raymond Carver, con el escritor acorralado por sus fantasmas.
Uno de los puntos más debatibles del film se centra en el uso de la animación: la cuestión pasa por saber si es justificado o no su uso, teniendo en cuenta sobre todo la primera mitad, cuyo realismo no expresa los ribetes que ofrece el género. Sin embargo, la textura y el tono impersonal, el uso de los colores y los planos largos que se cortan repentinamente por algún detalle -por ejemplo, observen la secuencia en la que nuestro protagonista va a buscar hielo al vestíbulo del hotel- le dan al film un tono particular cuya ruptura en la segunda mitad, donde se juega con el sonido y la imagen desde una perspectiva cercana a lo onírico, subrayan lo desolado del personaje y legitiman el uso de la animación como herramienta para transmitir todo ese mundo interno.
Si bien por momentos puede caer en el vicio intelectual de Sinécdoque, Nueva York, Anomalisa encierra dentro de su fórmula aparentemente sencilla un relato cuyo personaje va abriéndose como las capas de una cebolla, hasta el desconcertante y contundente final. Como en uno de los diálogos que asoman en el período más confuso del film quizá, después de todo, la única lección de la vida es que no hay lección.