El error Spielberg
En 1993 Steven Spielberg presentaba La lista de Schindler (Schindler List, 1993). Se trataba de una hermosa película sobre lo horrendo; un impresentable escaparate sobre el Holocausto. Quince años después, Max Färberböck insiste en la Segunda Guerra Mundial pero en un capítulo diferente y mucho menos conocido, la toma de Berlín por las fuerzas soviéticas. Sin embargo, comete algunos mismos errores del cineasta americano.
Anónima (2008) es una película basada en el libro que una mujer escribió en el sótano de un edificio derruido en Berlín durante los últimos meses del conflicto. Allí, la protagonista daba buena cuenta de las atrocidades cometidas por el ejército soviético. Un material muy interesante pero también ciertamente conflictivo y sobre el que hay que pisar con mucho cuidado. En primer lugar porque es un escrito creado sobre el momento con todos los odios y los resquemores que podían existir entre pueblos; y, segundo, porque, como en toda película bélica (o antibélica), es realmente fácil caer en la sensiblería y las ganas de forzar la lágrima al espectador.
En este sentido, Max Färberböck parece no haber leído jamás aquello que escribió Jacques Rivette en Cahiers du Cinema sobre Kapo (1960), la película de Pontecorvo y que tituló De la abyección (De l’Abjection, 1961). Allí, el ahora cineasta, criticaba la última escena del film en la que una mujer se arrojaba a la verja electrificada de un campo de concentración y el director, travelling mediante, se acercaba a su cadáver para recuadrarlo con mimo.
A algo similar llega el cineasta alemán, que, en un recurso que remite claramente al Spielberg de La lista de Schindler, es capaz de filmar la cara de una mujer a la que van a violar y colocar música emotiva de fondo. A parte, toma prestados de aquella película algunos movimientos de cámara absolutamente gratuitos en busca de un lirismo que sus imágenes nunca logran obtener. Por si fuera poco, el director también echa mano de una prescindible voz en off que nos guía a través de los angostos lugares por los que transita esta superviviente anónima, pero de los que nunca es capaz de sacarle fruto alguno ya que prefiere comprimir los encuadres en busca de una opresión (que nunca trasciende) a permitir al espectador sumergirse libremente en el plano.
Estamos, pues, ante el enésimo acercamiento a la Segunda Guerra Mundial, a un capítulo al que se le debe mucha más atención pero que, a su vez, merece una mayor capacidad crítica y sobre todo moral. Algunas veces parece que la guerra sea una hermosa cosa del pasado de la que se pueden regalar postales.