“¡Frenen a ese caballo!”, grita Lucrecia Martel en un momento de Años Luz, y justo allí la imagen funde a negro. Por primera (y única) vez sentimos una tangible desesperación en la voz de la directora. Parece que un caballo se cansó de esperar a que los técnicos hicieran los preparativos para la toma, y entonces desertó. A lo mejor ése era justo el caballo que en Zama logra cortarnos la respiración con esa mirada a cámara absolutamente inquietante, uno de los primeros planos más inolvidables que ha dado el cine en mucho tiempo. Años Luz no confirma si llegaron a atajar al animal, aunque suponemos que sí. Martel no podía prescindir de esos ojos eléctricos.
Toda esta situación es pura especulación. Nunca vemos la fuga ni conocemos la identidad del equino. Es el fuera de campo el que nos convoca y estimula, territorio imaginario en el cual Martel se mueve como reina y que Manuel Abramovich intenta custodiar desde su lugar de contemplador sigiloso. Años luz es un documental que reúne algunos momentos registrados durante el rodaje de Zama. La realizadora es aquí tan protagonista como el aire que la envuelve, aire que condensa el deseo y la presión de la creación. El aire es todo para esta autora. En el aire se congregan esos sonidos sustanciales que su oído se dedica a captar y cincelar con meticulosa devoción. La cámara de Abramovich elige arrancar con un encuadre cerrado sobre el rostro de Lucrecia para luego ir conquistando fracciones de vacío y provechosos claros de silencio. Años luz es una película aireada, templada, libre, muy lejos de los típicos making of comerciales que se atoran en testimonios mecánicos, edición ansiosa y previsibles loas al director en cuestión. Aquí se muestra a los actores en pleno ejercicio del ensayo y error: hay que pronunciar una frase muchísimas veces hasta dar con la vibración exacta. El cine es cadencia. Y también es contingencia. El avión inoportuno, tan ajeno al siglo XVIII. La llama que fascina cuando hace la suya.
Abramovich sabe que no hay manera de transmitir el cómo se hace porque eso es patrimonio exclusivo del artista. Una cosa es registrar cómo se imparte una directriz y otra muy distinta es pretender traducir el genio marteliano. A lo sumo se puede aspirar a resguardar humildemente la estela del misterio… de eso se trata un poco Años luz.