Este documental sobre el rodaje de “Zama” está muy lejos de los habituales filmes promocionales que se hacen para acompañar una película. Es una propuesta del realizador de “Soldado” de observar y acompañar el proceso de filmación que terminó siendo más complicado de lo imaginado en un principio.
A lo largo de casi 20 años Lucrecia Martel hizo solo cuatro largometrajes para cine. Los conocen todos: LA CIENAGA, LA NIÑA SANTA, LA MUJER SIN CABEZA y ZAMA. Lo que no se conoce mucho es su sistema de rodaje, cómo genera a partir del mundo real ese extraño universo que se reproduce en la pantalla de manera casi indescifrable. De algún modo, de eso trata y no AÑOS LUZ. De reportar el acontecimiento de la creación. Y digo que trata, y que no, porque en un punto es imposible descifrar cómo una serie de acontecimientos que por momentos pueden parecer hasta banales y mínimos cobran una existencia casi sublime una vez vistos en una pantalla. Y porque tampoco Lucrecia es del todo afecta a que esos secretos se revelen.
Sí, es cierto, se la pasa dando conferencias en todo el mundo acerca de cómo trabaja diversos aspectos de su cine, pero una cosa es teorizar y jugar a hacer prácticas con una idea de trabajo y otra es verlo en vivo. Yo estuve cubriendo periodísticamente dos rodajes de Martel: el de LA NIÑA SANTA, en Rosario de la Frontera, Salta; y el de ZAMA, en la laguna de Chascomús. Y sería incapaz de explicar cómo sucede. Puedo dar cuenta de su concentración, de su obsesión por el detalle, de las mínimas diferencias entre una y otra toma, acentuadas ahora con el digital que permite “tirar y tirar” sin gastar metros del preciado celuloide, en su delicado cuidado del sonido y la composición precisa de cada cuadro. ¿Pero cómo todo eso muta en lo que vemos en el cine? Imposible. O casi.
Abramovich no se propone explicarlo sino observarlo. No hay aquí entrevistas ni se parece a un detrás de escena convencional. Es un cineasta mirando a otro, una cámara viendo cómo otra procede, micrófonos espiando en conversaciones sobree diálogos, planos y situaciones, la propia mecánica, por momentos crispada, que se produce cuando Martel se manifiesta abiertamente fastidiada por estar siendo filmada, más allá de haber ella misma aprobado la experiencia. Doy fe que esto puede ser así: Lucrecia puede ser la persona más amable del mundo pero cuando se concentra en su trabajo es mejor pararse lejos, fuera de su campo visual, y observar. Seguramente sabe que estás ahí, aunque te escondas detrás de algún técnico de tamaño voluminoso. O de una columna…
En AÑOS LUZ lo que se ve es la pelea, casi, entre un director que quiere filmar a una directora que no quiere, del todo, ser filmada. A “años luz” de los documentales promocionales que suelen acompañar a las películas, el filme de Abramovich es un documento paralelo, un pedido del propio realizador de SOLDADO aceptado en principio por la realizadora pero, en medio de la complicada producción, cuestionado por ella misma. Así, la película pasa de observar procesos de producción de la película como arte y vestuario a las tomas propiamente dichas en las que queda claro la obsesión por la precisión de Martel.
Veremos algunos detalles que quedaron registrados en ZAMA, como la curiosa llama que terminó siendo parte importante o al menos llamativa de una escena, así como otros fragmentos de escenas que no están en el corte final. A mitad de camino del filme, casi como si fuera la trama de una película iraní, Martel “echará” a Abramovich del rodaje y lo que seguirá será una película aún más de espía que la anterior. Como en esas películas iraníes (algunas de Panahi o Kiarostami) nunca quedará del todo claro cuánto hay de cierto y cuánto de puesta en escena en esta disputa, pero lo cierto es que funciona y le agrega un elemento de interés extra a esta suerte de personal diario audiovisual del rodaje de la gran realizadora salteña.