Es saludable la decisión de haber dejado pasar un tiempo prolongado entre el estreno porteño de Zama y el reciente desembarco de Años luz en el Malba. Los once meses transcurridos desde la primavera austral de 2017 disipan el aura publicitario que el documental de Manuel Abramovich parecía tener cuando escoltó la ficción de Lucrecia Martel en la 74ª Muestra de Cine de Venecia, y mientras convivió con otras dos piezas tributarias del entonces nuevo largometraje de la cineasta salteña: el diario de rodaje El mono en el remolino que escribió Selva Almada y el simpático videojuego online del que quedó este recuerdo.
Aunque retrató a Martel en pleno rodaje de la versión libre de la novela corta de Antonio Di Benedetto, Abramovich eludió el ¿género? del making of o ‘Detrás de escena’ que el canal E! puso de moda a fines del siglo XX. De hecho, Años luz no ofrece entrevistas ni a la directora, ni a los actores, ni a los integrantes del equipo técnico. Por otra parte es excepcional –además de tangencial– la filtración de algunas porciones de filmación.
Al autor de La Reina le importa, no adelantar Zama, sino semblantear a Lu o Lucre como la llama su asistente de dirección Fabiana Tiscornia. El realizador se concentra en la mirada y el oído atentos a la instancia de grabación, en las instrucciones impartidas a los actores, en la revisión del mobiliario elegido para recrear el despacho del gobernador, en el embelesamiento que causan una delicada llama blanca y los sonidos de la selva misionera.
Martel se sabe escudriñada y, otra vez a contramano de lo que suele suceder en los making of, manifiesta su irritación. Con tino, Abramovich convierte ese fastidio en rasgo coherente de su retratada: “Estoy a años luz de poder ser la protagonista de una película” había contestado en un principio cuando el también autor de Soldado le anticipó su ocurrencia cinematográfica.
No es necesario haber visto Zama para disfrutar de esta invitación a buscar indicios del genio marteliano, y de paso presenciar la gestación de una película. Pero el placer es mayor para los espectadores que aún hoy recordamos a ese otro hombre que –en palabras de Raúl Scalabrini Ortiz– “está solo y espera”, y que Daniel Giménez Cacho interpretó de manera insuperable.
Desde esta perspectiva Años luz hereda de Zama la apuesta al retrato (en desmedro de la crónica) a partir de una aproximación morosa aunque no exenta de tensión. Por carácter transitivo, este interesante juego de espejos alcanza a la novela que Di Benedetto publicó en el lejano 1956, y así resignifica la unidad de distancia que Martel mencionó en su respuesta.