TESTIMONIO DE LA INCOMODIDAD
Si hay algo que queda claro a lo largo de Años luz, es que Lucrecia Martel se sintió incómoda durante todo el tiempo que la cámara de Manuel Abramovich registró su trabajo durante el rodaje de Zama. La propia realizadora se encarga de resaltarlo unas cuantas veces, de manera explícita, aunque da la impresión de que esa carga que pesa sobre ella no sólo surge por el seguimiento permanente en sí mismo, sino también por lo que acarrea.
Porque lo que se ve en Años luz da para interpretaciones opuestas: los defensores de Zama podrán decir que en el film queda explícito el proceso por el cual Martel, con iguales dosis de certeza y obsesión, va diseñando la puesta en escena que necesitaba la adaptación de la novela de Antonio Di Benedetto, y esa exégesis sería totalmente válida; pero los detractores también podrán decir que la película funciona como testimonio de las dudas de la realizadora y cómo no terminó de apropiarse totalmente del material de origen, y ese comentario también sería lícito. Quizás sea porque en diferentes pasajes ambas situaciones son palpables: vemos a una cineasta con ideas muy claras, pero también con dudas, frente a instancias de inestabilidad. Ambas circunstancias son válidas, pero no dejan de afectar visiones, egos o memorias de un hecho.
Abramovich trabaja estos aspectos desde distintos perspectivas, con suerte dispar y en cierta forma replicando el estilo cinematográfico de Martel. La más obvia es la observación de la directora, y aunque el recorte que realiza de su figura a través del plano tiene su dosis de interés, no deja de prevalecer una fascinación algo superficial. Lo más atractivo surge cuando recurre a las tomas de la película, en los momentos en que se está filmando o ensayando, con los actores en plano y escuchándose las indicaciones de Martel fuera de campo: ahí aparecen las idas y vueltas, las pruebas y los errores, los instantes de vacilación, búsqueda o determinación que forman parte de todo proceso creativo. Allí, por ejemplo, una palabra como “desesperadamente” se convierte en la clave por la cual se cierra o no una escena del film que se está rodando. Y es cuando el documental se permite contemplar a Martel de forma más concreta, humana y cercana, sin dejar de reconocer su estatura artística.
Es cierto que Años luz estira un poco su propuesta y cae en unas cuantas repeticiones (podría haber funcionado más fluidamente como mediometraje), como si le costara ir más allá del puñado de cualidades que posee. Pero aún así sostiene su propuesta, reflejando los dilemas y potencialidades que afronta cualquier cineasta a la hora de encarar un rodaje. Y de paso muestra a una Martel que por un rato baja del Olimpo, se permite (aunque sea a regañadientes) perder un poco del aura de artista intocable y ser Lucrecia, la directora tratando de construir su obra.