Si la primera del hombre hormiga fue una verdadera fiesta de gracia, humor y originalidad, esta secuela de dos horas ratifica sus credenciales. Liviandad, corazón, humor y un espíritu vintage, que mira a los viejos films de ciencia ficción molecular, en plan Viaje Fantástico, desde la imaginería del cómic de superhéroes. Con pulsera y arresto domiciliario, Scott Lang (Paul Rudd) recibe la visita de Hope Van Dyne (Evangeline Lilly), la hija del Dr. Hank Pym (Michael Douglas). Lo necesitan para recuperar, treinta años después, a su madre (Michelle Pfeiffer), atomizada sin boleto de regreso.
Otra vez con la dirección de Peyton Reed, y apoyada en el carisma irresistible del héroe/antihéroe Rudd y la simpática Lilly, la película aprovecha las infinitas posibilidades de una aventura que va y viene de la miniatura, con ritmo y timing de comedia generosa, para todo público, pensada para pasarlo bien. Pueden acumularse, en dos horas, los chistes y la acción de manera algo abrumadora, y puede dejar más sensación de prescindible que la primera parte, pero su humor autoconsciente -su inteligencia- mantiene la gracia intacta.