Antes las películas Marvel eran segura garantía de entretenimiento sólido y, hasta por momentos, inspirado; ahora es como tirar los dados, donde no sabés qué resultado te va a salir. Las razones pueden ser varias – se dispersó demasiado con las series de televisión, sacó de la grilla principal a sus mejores personajes, va demasiado rápido y no tiene tiempo para construir un mega villano sobre el cual edificar una épica, etc – pero unas cuantas de ellas se aplican a Ant-Man and the Wasp: Quantumania. Cuando un héroe tiene su propio universo es lógico que atienda los problemas que ocurren en él – sino, sería como poner a Batman a luchar contra atlantes rebeldes bajo el agua; ése es el terreno natural de Aquaman -; pero poner al Hombre Hormiga – que es básicamente el payaso de los Vengadores, un tipo con buenas intenciones, hace chistes raros todo el tiempo y nunca le toca un rival de peso – peleando contra una versión microscópica y multiversal de Darth Vader (como quien dice, un Dios) resulta dispar y hasta chocante. Kang el conquistador – en una perfomance shakespeareana, imperativa y expeditiva como la de Jonathan Majors, el que aparte es una mole de músculos de mas de un metro ochenta de altura – es demasiado villano para el simplón de Scott Lang y sus aliados, y es un rival mas natural para alguien con quien darse murra (además de entender su visión filosófica y sus conocimientos científicos) como pueden ser el Capitán América, Thor o Iron Man… no el ladrón del barrio. Ni siquiera el filme se atreve a traspasar el límite obvio – ante la desigualdad de probabilidades todo esto debería terminar con un sacrificio – sino que saca soluciones de la galera para que el grupete de turno vuelva sano y salvo a casa.
Pero al menos la desigualdad de posibilidades debería dar a luz un duelo emocionante… salvo que el resto de los detalles que lo rodean es tan dispar como el filme. Contra la formidable perfomance de Majors se saca chispas Michelle Pfeiffer – en la que es una de sus mejores actuaciones de estos últimos años -. La Pfeiffer es Janet Van Dyne, la cual ha salvado el mundo a costa de encogerse mucho mas allá de lo necesario y quedar atrapada en el microscópico reino cuántico durante tres décadas. En vez de átomos, virus o bacterias lo que tenemos allí es un universo CGI al estilo Star Wars con criaturas y tribus de todo tipo, el cual debería ser fascinante para explorar en profundidad si el director Peyton Reed no estuviera tan ocupado con la parafernalia de CGI y la tanda interminable de chistes a medio cocinar con las que se despacha el libreto. La de Van Dyne es una causa sólida – habiéndose topado con un recién llegado (un explorador de otro planeta que también es científico como ella), pronto entabla amistad y utilizan una mezcla de sus propias tecnologías para encontrar la manera de salir del reino cuántico… solo para descubrir que ese tipo simpático, amable y urbano resulta ser un genocida de devastación incalculable que ha sido forzado al exilio en el microuniverso para evitar que siga causando daño -, simplemente porque es la que le dio al dictador los medios para convertirse en tal y poder reconstruir sus fuerzas en el universo microscópico. Esa culpa que la carcome – por la cual ella debió armar la rebelión, luchar contra Kang durante años sin éxito debido a la masividad de su poder, y el verse obligada a abandonar a sus aliados en el peor momento sólo porque su esposo encontró la manera de hallarla y devolverla al mundo que todos conocemos – la transforma en la verdadera heroína del relato, en la que la veterana científica resulta ser una letal guerrera que conoce lenguajes y mundos secretos, tiene una causa pendiente que debe culminar incluso si debe sacrificar su propia vida y debe enfrentar al villano que resultó ser su tabla de salvación – afectiva, moral, mental – en los primeros años en que estuvo reclusa en ese universo desconocido y plagado de peligros.
El problema es que la Van Dyne viene acompañada de un montón de adornos – léase, otros personajes del cast – que empañan el corazón de su historia. Contra la brillantez de Majors y Pfeiffer está la horrible inclusión de Kathryn Newton como Cassie, la hija de Scott Lang… y la incorporación de uno de los mas ridículos villanos de la historia de Marvel que es la cabeza flotante de MODOK. No tengo nada contra Newton – la he visto dar buenas perfomances en The Society y Freaky, y su casting francamente me entusiasmaba – pero acá su perfomance es horrenda (siempre está con cara de selfie, ajena a lo que suceda a su alrededor sea gracioso, triste o mortalmente peligroso) y, de ser una simple piba adolescente ahora pasó a ser una genia precoz, aún cuando no tenga los genes de los Pym / Van Dyne (aunque el libreto insista con la idea y trate a Michael Douglas como su abuelo… ¿dónde quedó Judy Greer?). Para colmo Cassie es un dolor de gónadas constante, metiéndose donde no debe, interfiriendo donde no la llaman, tomando prestada tecnología que no le pertenece ni sabe usar, y usando esa cara de pasmada que te irrita todo el tiempo. Y lo de Modok es un capricho de Marvel – se supone que es una superinteligencia evolucionada artificialmente y obsesionada con el genocidio; y Marvel ha querido meterla con calzador desde el primer borrador de Iron Man hasta las temporadas finales de Agents of SHIELD – pero todo todo el mundo (desde fans hasta especialistas, desde comiqueros del alma hasta la gente común como yo) la encuentran patética y atroz, indefendible por dónde se la mire (sin importar si Stan Lee fue uno de sus creadores). Acá encontraron la vuelta de cómo hacerla aparecer en el mundo cuántico pero es estúpida, risible, incapaz de meter miedo y, lo que es peor, termina haciendo esos chistes desubicados que Paul Rudd puede pilotear pero el intérprete de turno de la cabeza gigante no.
Todo esto termina convirtiendo a Ant-Man and the Wasp: Quantumania en una CGI opera (a lo Spy Kids 3D!) de resultados muy variables. Éste sí es un proyecto que hubiera funcionado bien como miniserie – para explorar el universo y todas las criaturas / culturas que lo pueblan; mataría por conocer mas de la guerrera que hace Katy O’Brian, el telépata de William Jackson Harper o incluso la criatura gelatinosa sin agujeros a la que le pone la voz David Dastmalchian – pero acá todo eso va comprimido y a las apuradas porque hay demasiada historia, chistes y secuencias de acción que contar en tan poco tiempo. Hay cosas que desbordan de originalidad y otras que son puro cliché, y es como que el relato está demasiado atiborrado de todo – Evangeline Lilly tiene poco y nada para hacer, y Michael Douglas se limita a mostrar su clase en el puñadito de escenas que le tocan -. Y aún con la realeza que le impone Majors a su perfomance, los motivos reales de la causa de Kang no terminan de ser totalmente claros: él quiere conquistar cada versión del Multiverso… por razones, como dicen ahora los yanquis. ¿Ego, inteligencia suprema, un deseo loco de devastación?. No termina por quedar del todo claro.
Con Ant-Man and the Wasp: Quantumania vas a pasar un rato entretenido – es raro que Marvel aburra -, pero la sensación final es decepcionante. La secuencia post créditos tampoco ayuda mucho, solo da pautas de que se viene un festival de sobreactuación de Majors en roles clonados (cuando en realidad la versión de este filme podía ser memorable). El filme precisaba otro director, menos comedia y mas enfoque en el drama y en las enormes apuestas que conlleva la historia… en vez de chistes sobre gajos de limón y cuántos agujeros tiene el cuerpo humano (aunque ése si fue gracioso!), que solo distraen del drama y la épica de la trama y diluyen su potencial de ser algo verdaderamente glorioso.