Ant Man protagonizó en 2015 y 2018 dos de las más espléndidas y felices aventuras de toda la historia de Marvel en el cine. Imposible olvidarlo. En ellas, el diminuto personaje se volvía realmente grande por razones que no tenían tanto que ver con sus superpoderes. Pero en esta tercera película propia se impone una paradoja: en un momento contemplamos la versión más gigantesca posible de nuestro héroe, aunque esa exhibición tan colosal lo reduce a la mínima expresión. A Ant Man (o a Scott Lang, su nombre en el mundo real) esta vez no le creemos nada.
De nuevo habrá que echarle la culpa de este retroceso a la idea del “multiverso” que recorre toda la actualidad y el futuro de Marvel. Las dos películas previas (Ant Man: el hombre hormiga y Ant Man and the Wasp) eran enormes comedias en las que Lang (Paul Rudd) usaba su pasado de ladrón para entrar casi en puntas de pie al universo de los Avengers mientras construía una nueva familia. Ahora todo es mucho más serio, denso, recargado e “importante”. Y Ant Man, que al principio de Quantumania parecía una reliquia de las etapas previas de Marvel, capaz hasta de escribir su propia autobiografía, se convierte en el simple vector de la siguiente fase del universo cinematográfico del estudio. Una mera herramienta al servicio de otros fines.
En esta transición, Ant Man renuncia a casi todas sus virtudes. Literalmente abandona su mundo para entrar a la fuerza en otro, completamente ajeno. Su presencia está ahora condicionada por las necesidades del estudio, cuya prioridad es la presentación en sociedad del villano estelar de los próximos tiempos, Kang el Conquistador (Jonathan Majors) y llevarnos de nuevo al terreno del dichoso “multiverso”. En la búsqueda de esos objetivos, Marvel sacrifica por completo el espíritu ligero y alegre de las aventuras previas creado por Peyton Reed, un gran director de comedias que aquí cambia de piel. Sus marcas de autor desaparecen detrás de un guion rutinario y, sobre todo, completamente falto de gracia.
Quantumania es un relato de pura ciencia ficción (más que en cualquier otra película previa de Marvel, aunque parezca mentira) ambientado en mundos extraños que muestran demasiados parecidos con los de Star Wars. Todo es demasiado espeso en el Reino Cuántico, el universo paralelo en el que Janet (Michelle Pfeiffer) estuvo confinada 30 años y al que vuelve tras un exceso de confianza de la ya crecida hija de Lang, Cassie (Kathryn Newton).
A Lang le toca una vez más preservar el equilibrio familiar, ahora amenazado por un enorme descuido. Y cuando aparece Kang, el equivalente a Thanos en la división del trabajo planificada por Marvel para su nueva fase, las cosas se complican todavía más. Con un tono mucho más grave, sombrío y aterrador. Así lo sugiere a primera vista el diseño visual del Reino Cuántico, un lugar que por su diseño tranquilamente podría ser visto como el Lado Oscuro del universo de Marvel.
Marvel Studios
Casi toda la acción de Quantumania transcurre en ese escenario opaco y muy ruidoso. En medio de semejante demostración de poderío digital no hay mucho lugar para las muestras de humanidad. Por allí vemos a Rudd mostrando en cuentagotas su inmenso talento de comediante, a Pfeiffer luciendo su madura belleza y a Michael Douglas, como siempre, divirtiéndose un poco más que el resto. Se extraña muchísimo la ausencia de grandes personajes secundarios (como el Luis de Michael Peña y el Paxton de Bobby Cannavale), lúcidos exponentes del espíritu de comedia familiar que supimos disfrutar en los films previos.
Aquí, la brújula aparece tan extraviada que la Wasp de Evangeline Lilly pasa casi inadvertida y hasta la fugaz aparición de Bill Murray, que en el contexto de las películas previas hubiese sido muy celebrada, no funciona ni siquiera como curiosidad. Del otro lado está Kang, un personaje vital para el futuro de Marvel, expuesto desde ahora y en sus próximas aventuras a padecer los caprichosos giros del “multiverso”. Majors, un excelente actor, por momentos se las ingenia para dibujar a este villano como un ser temible e inquietante desde su actitud calma y desdeñosa.
Nos queda como consuelo de lo que pudo ser ese par de pequeñas y simétricas escenas en el mundo real como muestras de la despreocupación con que Scott Lang encara la nueva etapa de su vida. Es la única (y magra) conexión visible entre el universo previo de Ant Man y esta nueva aventura que ya no divierte como las anteriores, y en el fondo funciona para Marvel solo como un entretenimiento de manual, con más músculo que ingenio.