Sobre el amor en la trilogía de Linklater
“No dejes que el tiempo te engañe, no podrás conquistar el tiempo”, recitaba Jesse en Antes del amanecer (1995), la primera parte del gran relato romántico de nuestros días creado por Richard Linklater. El verso de W.H. Auden es una de las tantas variaciones sobre el tema central de una trilogía que generó un vínculo de complicidad singular con los espectadores que pasamos de la juventud a la adultez casi a la par de los protagonistas.
Recordemos. La historia empezaba en un tren camino a París, cuando la francesa Celine (Julie Delpy) se cambiaba de asiento para alejarse de una pareja que discutía a los gritos y se sentaba en la misma fila que el norteamericano Jesse (Ethan Hawke). Una mirada y un comentario bastaban para empezar una charla que se extendería mucho más allá. Ella aceptaba bajarse en Viena para pasar el día y la noche juntos antes de que él tomara el vuelo de vuelta, y el amor nacía de la conversación y la caminata sin rumbo fijo. Pero Jesse y Celine, veinteañeros de fines del siglo XX, sabían que ese amor trascendente al que aspiraban era efímero e insostenible en el tiempo. Para preservarlo, decidían convertir la experiencia en un amor de una sola noche y se despedían con la promesa de volver a encontrarse allí seis meses más tarde.
Si la deriva narrativa y la ausencia del clásico happy ending hacían de la película una obra absolutamente moderna en términos cinematográficos, la decisión final de los personajes mantenía intacto el mito occidental del amor romántico como lazo sagrado y fuente de trascendencia y felicidad. No es casual que esta historia de final agridulce interpelara como lo hizo a más de una generación de espectadores, pero sobre todo a la de Jesse y Celine. Aunque la mirada posmoderna es consciente de que en el ideal romántico hay mucho de estereotipo, el amor todavía tiene una dimensión utópica a la que en el fondo nadie quiere renunciar.
Unos años después, el director y los actores se juntaron para ver qué había pasado con ese amor idealista y fugaz. Con Antes del atardecer, estrenada en 2004, empezaron a darle forma a una verdadera saga posmoderna sobre las edades del amor. La segunda película narraba el transcurrir de una tarde de verano en París en la que los amantes se reencontraban y todo volvía a empezar. En la primera escena, alguien le preguntaba a Jesse, devenido escritor, si los personajes de la novela en la que contaba la historia de la noche en Viena se volvían a encontrar, y él decía que la respuesta que uno diera era una buena forma de detectar si se era un cínico o un romántico.
Y en esa oposición resida quizás una de las claves de la trilogía. Si en la primera película el paso del tiempo era cuenta regresiva y tema de conversación, nueve años después se materializaba en los rostros y en las trayectorias vitales de los personajes. A los 30, ni Jesse ni Celine eran los mismos: él un padre atrapado en un matrimonio infeliz, ella frustrada por varias relaciones fallidas. Cada uno encarnaba a su modo ese malestar que surge de los sucesivos ciclos de ilusión y desencanto amoroso. Antes del atardeceder mostraba que las contingencias de la vida cotidiana habían hecho imposible sostener en el tiempo el ideal romántico, pero también mostraba a dos personajes que se resistían a entregarse al cinismo. Porque incluso para ellos, que forman parte de una generación identificada con el miedo al compromiso, la confusión sentimental y la distancia irónica, la experiencia romántica todavía ejercía una fascinación potente.
Pasaron otros nueve años y llegó la tercera entrega, nuevamente escrita por el director y los actores. A primera vista, Antes de la medianoche puede parecer más amarga y cruel que las otras dos, porque se concentra en la intimidad de un matrimonio con hijos que carga con el peso de los años y las insatisfacciones. Pero sólo a primera vista. En una entrevista con el New York Times, Linklater decía que las películas anteriores exploraban una conexión que todavía no había sido del todo definida, y se preguntaba durante cuánto tiempo se podía explorar eso. Para el director, el hecho de que Jesse y Celine todavía estén juntos es bastante romántico, aunque se trate de un tipo de romanticismo más difícil. Y tiene razón, como también tiene razón Delpy cuando en la misma entrevista dice que tal vez la película le pueda parecer romántica a la gente que está en pareja desde hace mucho tiempo, pero no necesariamente a aquellos que nunca mantuvieron una relación prolongada.
Es que Antes de la medianoche es una película sobre la dificultad de estar juntos, y de ella brota una felicidad distinta; la felicidad de ver cómo concretaron la fantasía romántica estos personajes en los que nos miramos desde hace años. Claro que cuando se concretan, los deseos nunca lucen tan bien como en la fantasía. Pero hay algo verdadero y hermoso y valiente en la elección de los personajes de abrirse paso entre el ideal romántico y el cinismo para animarse a vivir su vida.