Antes de la tormenta Por Guillermo Colantonio (@guillermocolant) “Mi mujer y yo fuimos felices 25 años. Esa es la edad en la que nos conocimos”. La frase pertenece al director, actor y guionista francés Sacha Guitry. Tiene esa combinación de humor y desencanto que provoca cualquier reflexión o balance de lo que significa una vida en pareja sostenida a lo largo del tiempo. Bien podría aplicarse a Antes de la medianoche y a los jugosos diálogos que los personajes sostienen mientras caminan en Grecia, por el Peloponeso, juntos, de vacaciones pero con dos hijas en común y un adolescente (el hijo de Jesse) que regresa a Chicago. La primera escena confirma la habilidad del director en el manejo de las elipsis narrativas: sin contaminaciones ni recursos innecesarios, comienza a fluir la película con tres o cuatro planos elocuentes. Estamos nuevamente con Celine y Jesse, esta es su situación en la actualidad. La utilización del espacio y de los colores fue una marca expresiva de los dos films anteriores y aquí no se da la excepción. La elección de Grecia con sus ruinas (sin que ello resulte una asociación desmesuradamente obvia) es el lugar de la tragedia y del desgaste de la pareja. La ciudad nunca es una tarjeta postal y, en todo caso, envuelve a los protagonistas para contextualizar el peso de sus conversaciones, nunca se sobrepone ante ellos. Un ejemplo notable se puede advertir en el maravilloso paseo que realizan camino a un hotel donde pretenderán descansar de sus hijas, cuyo trayecto está rodeado de ruinas y atractivos culturales. La cámara jamás suelta a los personajes (y por ende a nosotros). En sus intercambios verbales vuelven a reflejarse aquellos atributos que conocíamos de las versiones anteriores: son cultos, inteligentes, curiosos, simpáticos y honestos. Pero claro, ha pasado el tiempo y el contenido de lo que dicen se va oscureciendo, sin dramas exacerbados, pero con la tensa calma que precede a una tormenta. En este sentido, Linklater elige para esta película el predominio de una tonalidad azulada para generar ese ambiente de nubarrones (¿inesperados o lógicos?) que no es otro que el de enfrentar a la rutina. Y es aquí, donde se produce una inversión del sentido de nuestra espera, ya que de la ansiedad que nos embargaba en las películas previas por saber cuál iba a ser el momento en que sus cuerpos se encontraran, ahora la misma espera se resignifica hacia otro interrogante: cuál será el momento en que se alejen. La solución es fantástica. Llegan al hotel, parece que van a tener el sexo que siempre deseamos que tengan y terminan en el diálogo más desolador y sincero que podrían haber tenido, un cruce dialéctico que gana tanto en intensidad como en crudeza, sostenido con una inteligencia capaz de equilibrar los lugares más comunes (reclamos machistas y feministas) con la gracia y humanidad de los personajes, más creíbles que nunca. Antes de la medianoche es también, como sus predecesoras, una película sobre el tiempo. Todos recordamos el tren donde se conocieron, los relojes que marcan el paso de las horas previas a la despedida, la novela escrita por Jesse (This time) y el encanto de Celine interpretando Just in time de Nina Simone. Aquí también el paso del tiempo se tematiza, pero Linklater es coherente en la forma que lo trabaja para no perder conexión alguna con los encuentros previos: han pasado nueve años nuevamente, se siente el transcurrir de la vida, el recuerdo del primer día se torna más triste que nunca por lo que no va a volver a ser y debe reinventarse, y la angustia por los segundos que pasan aparece nuevamente, pero en este caso, para imaginar cómo se será de viejos, cuánto falta para la muerte y para el final de la pareja. Lo interesante es que la astucia compositiva de los guionistas (el director y los dos actores) hace que la densidad de estos temas fluya a través de diálogos que le quitan dramatismo en el momento justo, más cercanos a una sensibilidad poética y cotidiana que a solemnes elucubraciones de filosofía impostada. Parecen decirnos Jesse y Celine que se puede hablar del amor y de las crisis personales sin exhibir lágrimas fáciles. En todo caso, nos hablarán del amor como un trabajo, una lucha constante. Si antes nos preguntábamos ¿por qué no se juegan?, ahora que lo han hecho, el gran desafío es cuánto durarán. El otro aspecto en relación con el tiempo pasa por la forma en que fluye la película. El virtuosismo del montaje apenas perceptible y las elipsis ayudan a salvaguardar la idea de un eterno presente, la ilusión de la narración en tiempo real. Nuevamente, se nos sumerge en el tiempo de la ficción, coincidente con el de la película. Y si hay algo que Linklater consigue frente a tanto espectador ansioso e inquieto ante la falta de explosiones mediáticas y efectos especiales, es mantenernos en vilo casi dos horas con la gracia de los dos actores/personajes (a pesar de la desilusión que pudo haber causado el final en algún desprevenido). Si la vida es “un conjunto de pequeños dramas que todos juntos no constituyen más que una comedia” (retomando a Guitry), el final de Antes de la medianoche confirmará el aforismo. Todo dependerá de si miramos para el lado del drama o el de la comedia, entonces, la tormenta arrasará o será pasajera.