A estas alturas, Jesse (Ethan Hawke) y Céline (Julie Delpy) son como amigos a los que conocemos demasiado bien. Después de Antes del amanecer (1995) y Antes del atardecer (2004), los personajes creados solidariamente entre los actores y el director Richard Linklater pueden considerarse hermanos de aquel Antoine Doinel de Truffaut que creció ante nuestra mirada durante casi veinte años. La historia de estos dos seres es la de un amor real, y el problema que tiene ese término tan repetido y trivializado (“amor”) es que encierra demasiadas cosas. Por una vez, tenemos a ambos juntos en unas vacaciones griegas; tienen hijos, no se han casado entre sí y cargan con la enorme responsabilidad de haber cambiado las mochilas del primer encuentro aleatorio en Viena a los veinte por esta escapada planeada a los cuarenta, cargados de responsabilidades. Pero tienen a favor seguir siendo seres inteligentes (cuánto escasean los personajes inteligentes y sensibles, más que meros artificios de un guión, en las películas de hoy). El tema de este film es el paso del tiempo, pero da la impresión de que en otros nueve años tendremos una cuarta película que siga radiografiando, a partir de diálogos graciosos y precisos, una puesta en escena al mismo tiempo económica y funcional y actores perfectos, algo así como -que no suene pretencioso, el film no lo es- el sentido de la vida. ¿Para qué estar si no tenemos con quién? ¿Y qué es “estar” con y para otro? Con sonrisas y brío, de eso se trata esta nueva postal de la vida de dos grandes amigos.