Los amantes sean eternos
Celine y Jesse tienen mucho por decirse en un filme igual de cautivante que sus antecesores.
Hay historias, relatos de amor que definen a determinadas generaciones. Como en su momento Un hombre y una mujer (1966), la saga de Antes… lo hace con sus personajes verborrágicos, intelectuales, pasionales e inseguros a muchos de los que los vienen siguiendo desde la platea cada nueve años y desde hace 18.
Tras Antes del amanecer y Antes del atardecer, en Antes de la medianoche Jesse y Celine ya no son los jovencitos que se conocieron en un tren y bajaron en Viena. Esa cuestión de edad repercute tanto como que Ethan Hawke, Julie Delpy y el director Richard Linklater escriben los guiones y no son ni los tiernos inocentes de 1995 ni los ilusionados de 2004. En la segunda se los notaba decepcionados y algo lastimados, pero Antes de la medianoche es la más agria, triste y desesperanzada de las tres. Justo en la que la pregunta no es si al fin estarán juntos, sino si permanecerán unidos después de todo lo que se dicen en la cara.
Pero hay que saber decirse lo que se dicen... Y hay que tener madera (y amor, mucho amor) para seguir al lado de quien aman luego de escuchar lo que escuchan.
Para hablar de Antes de la medianoche es innecesario contar la trama, porque para quienes conocen a Jesse y Celine, que estén juntos se caía de maduro (una tercera película dubitando ya era imposible). Y quienes ingresen ahora a esta relación, la comprenderán enseguida.
Si antes el romanticismo campeaba en cada diálogo y la seducción estaba que se caía del tren en Viena, del barco en el Sena o del auto en las callecitas de París, ahora los amantes llevan adelante una rutina. No es El año que viene a la misma hora. Ahora conviven, tienen dos mellizas de 7 años, no todo es rosa ni idealismo. “No es perfecta, pero esta vida es real”, dice en positivo Jesse.
El paso del tiempo aparenta haber sido más ingrato con Celine, y no hablamos de lo físico. Las cosas que se guardaron en el buche van a salir esta vez para lastimar más que para aflojar tensiones o seducir al otro.
Linklater había sido muy equitativo a la hora de repartir los roles en las películas anteriores -ambos eran, y son, rápidos, chispeantes e instruidos-. Jesse es el profesional y Celine la que, idealista como siempre, quiere reforzar su activismo ecologista, pero es la que cocina, limpia y acuesta a las chicas. ¿Es que se aburguesaron a los 40? ¿Habrían imaginado escuchar a Celine decir que lo que más teme es que todos los hombres quieran convertirla en un ama de casa?
No hay buenos ni malos, ni el espectador se identificará más con uno que con otro, si no que es una mezcla. Desde la realización, Linklater escapa a los clisés de una relación de pareja, hace pasar todo por un tamiz dinámico y para nada vulgar, sino sumamente atractivo. El único clisé que no puede evitar es que Celine y Jesse encuentren -recién- en las vacaciones en Grecia el tiempo para hablarse.
Están, claro, las discusiones. Ya no son diálogos. Allí se arrojan palabras cargadas de emoción, frustración y… amor. Se escucha el zumbido de los dardos hirientes. Delpy y Hawke están para la mesita de luz.
Dicen las encuestas que lo que más une a una pareja es sentirse cómplices. Nadie dijo que es fácil parece el leit motiv de Antes de la medianoche.
También afirman que los matrimonios se refuerzan o se separan después de unas vacaciones. Jesse y Celine son gente como uno. Que los amantes sean eternos.