Pequeña amapola.
Una vez que la vida es recorrida hasta su hartazgo solo los sueños permanecen, incumplidos, impolutos, deshaciéndose tras la brisa de un tiempo que se esfuma. Antes del Frío Invierno, el tercer film del director y guionista Philippe Claudel, es una historia sórdida sobre el amor y los sueños en la que la vida se les escurre a los personajes mientras siguen viviendo sus pequeñas mentiras íntimas.
Paul (Daniel Auteuil) es un respetado neurocirujano con un buen pasar económico. Junto a su esposa Lucie (Kristin Scott Thomas), viven en una hermosa casa en el campo una existencia desprovista de complicaciones. El cariño entre ambos parece genuino, pero un encuentro inesperado con una muchacha que dice haber sido su paciente trastoca todo. Paul comienza a recibir flores en el hospital, en su consultorio y en su casa, y comienza una sospecha paranoica que lo lleva a perder el control.
Con una cadencia sobria, la película va destruyendo el idilio manchando la felicidad, poniendo obstáculos que crecen exponencialmente; así los personajes son ignorantes de todo lo que ocurre a su alrededor. La verdad es sugerida al espectador pero ocultada a los protagonistas, que viven en la más completa oscuridad.
Una vez que los sueños ya no están, y antes del frío invierno, las brisas del otoño llenan el ambiente de indagaciones sobre la vida y todo llega a su fin. Sin definirse, Antes del Frío Invierno recorre el drama y el suspenso con silencios, gestos, ausencias y presencias que en realidad están en otro lugar para crear un relato cuya profundidad se va perdiendo a medida que la historia demanda una definición.
Las actuaciones de Daniel Auteuil, Kristin Scott Thomas y Leïla Bekhti son muy buenas. La música acompaña templadamente la historia que transcurre bajo la excelente labor de fotografía de Denis Lenoir y un gran diseño de interiores de Samuel Deshors.
Como una especie de contracara del director de nacionalidad austríaca Michael Haneke, Philippe Claudel ofrece una salvación ad hoc a todo este drama. Lo que parece no ir a ningún lado en realidad tiene una razón y al final hay una explicación que redime. Lo que parecía perfecto vuelve a una aparente normalidad, pero nunca es lo mismo. Las experiencias de quiebre y límite siempre transforman a los individuos. La muerte se mezcla así con la nostalgia y los protagonistas bailan una danza embriagadora de la que no pueden escapar. En el final, llega el verdadero homenaje a Caché (2005) de Haneke y al espíritu de su cine desesperanzador. Toda la vida es una búsqueda, tal vez la respuesta a todo esté en una pista, en una pequeña amapola perdida en un cassette.