Generación partida
Con dos temporalidades bien definidas y yuxtapuestas a lo largo del relato, la ópera prima de Daniel Gimelberg –codirector junto a Csecs Gay de Hotel room- construye un retrato intimista y generacional a fuerza de sutileza y un in crescendo dramático permanente que marca el derrotero del protagonista (Nahuel Viale) en dos etapas claves de su joven vida: un verano donde cumple 21 años y el invierno donde ya cuenta con 23.
El Nacho del presente es completamente distinto al Nacho del pasado y eso se hace sentir tanto estética como dramáticamente, en una pendiente de desesperación originada a partir de un hecho que no revelaremos aquí pero lo suficientemente importante como para alterar el rumbo de una historia en cualquier circunstancia crítica.
De forma fragmentada, la trama acopia situaciones que luego de conectarse dialécticamente configuran un mejor mosaico de la personalidad del protagonista y sus actitudes cada vez más angustiantes o peligrosas para el entorno.
En ese transitar caótico, a veces a la deriva, de las emociones, los recuerdos, amigos que regresan del exilio o novias que se dejan sin saber muy bien porqué, la repetición de conductas o reiteración de situaciones conllevan una carga afectiva que a veces logra transparentar la angustia interior de Nacho si es que la violencia contenida no aflora desde el dolor o el sentimiento de culpa, muchas veces insoportables.
Antes es un alentador debut en solitario de Daniel Gimelberg que acierta primero en la elección del casting para conformar un buen puñado de secundarios entre quienes debe destacarse Nahuel Pérez Biscayart, Carlos Portaluppi, Guadalupe Docampo, Alejandra Flechner, Horacio Acosta, el español Gabino Acosta y Verónica Llinás, todos ellos muy bien dirigidos y con sustanciales aportes desde sus personajes.
El segundo acierto lo constituye el guión en materia de diálogos que con el correr de los minutos se aclimatan a la historia y se vuelven naturales al oído, sin excesos verbales o frases grandilocuentes aunque cargados de sustancia.
En su rol de director, Gimelberg encuentra la distancia adecuada para seguir a sus personajes y de vez en cuando escudriñar con zooms rabiosos al protagonista en sus estados anímicos o perturbaciones de la mente que abren el espacio a otro ámbito mucho más sutil pero que no desentona con el clima de la película, incluso en esas partes más densas e íntimas.
Esos logros son compartidos gracias a la buena actuación de Nahuel Viale y la fotografía a cargo de Diego Poleri capaz de definir a partir de tonos veteados o colores muy fuertes que estallan en la imagen dos dimensiones disimiles en las que también la música juega un importante papel.