Crónica de un famoso atentado fallido.
Conocido como “El carnicero de Praga”, “El Verdugo” y “La Bestia Rubia”, Reinhard Heydrich fue uno de los más altos jerarcas del régimen nazi y salió milagrosamente ileso de un operativo que el film de Sean Ellis narra con nervio aunque no pocos convencionalismos.
Jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich (tras haberlo sido de la Gestapo y la SD), cerebro organizador de la Noche de los Cristales Rotos, SS y Reichsprotektor del Protectorado de Bohemia y Moravia (actual República Checa, ocupada poco después de Polonia), Reinhard Heydrich fue uno de los más altos jerarcas del régimen nazi. Más precisamente el tercero en la cadena de mando, inmediatamente después del Führer y de Himmler. El 27 de mayo de 1942, un grupo comando compuesto por miembros de la resistencia checa y algunos efectivos enviados por el gobierno de ese país en el exilio atentó contra él, en uno de los operativos más audaces de la Segunda Guerra. La acción llevó el nombre en clave de “Anthropoid”, en referencia al hombre a quien por su extrema crueldad se conoció como “El carnicero de Praga”, “El Verdugo” y “La Bestia Rubia”. Esta coproducción entre Gran Bretaña, República Checa y Francia, coescrita y dirigida por el británico Sean Ellis, narra la preparación, ejecución y secuelas de ese operativo que, teniendo en cuenta su objetivo, podría considerarse, con algo de ironía, de alta gama.
Con Cillian Murphy (El viento que agita el prado, El origen) y Jamie Dornan (Cincuenta sombras de Grey) como los paracaidistas llegados desde Londres para ponerse al frente de la acción, Operación Anthropoid tiene el cromatismo crepuscular característico de tantos films ingleses. Todo transcurre entre sombras y tonos parduzcos, y ambas cosas le sientan muy bien a una historia en la que los protagonistas necesitan mantenerse escondidos, y en la que por otra parte la vida de los ciudadanos de a pie no se juega precisamente en colores brillantes. En la primera parte Operación Anthropoid trabaja las tensiones entre los recién llegados y los miembros de la resistencia, a quienes el plan les resulta una locura. No es que a aquéllos no les parezca lo mismo, pero órdenes son órdenes: aparece, sobre todo en el personaje de Cillian Murphy (se trata de Josef Gabcík, de existencia real) un entregarse casi resignado a las circunstancias, que terminará tiñendo la última parte del film de un sentido de fatalidad. En las primeras escenas, Jan Kubis, personaje también real (el de Dornan) tiembla al disparar: hay allí un camino de superación para recorrer.
En tren de imposiciones cinematográficas, qué otra más férrea puede haber que una historia de amor. No una sino dos, en este caso. Es el momento más bajo, más adocenado, más forzado de la película, rematado con un poco de tragedia al paso. Obviamente que el momento central de Operación Anthropoid es el del atentado, donde una ametralladora falla y la Bestia Rubia hace honor a su seudónimo, apareciendo casi como un villano dotado de superpoderes. La escena está bien narrada, con nervio, cámaras en mano (que Ellis carga él mismo y usa en toda la película a destajo) y un montaje acorde. De allí en más sobreviene la encerrona, con requisas casa por casa, torturas y ejecuciones sumarias (a Ellis le da por las metáforas obvias: una bota aplasta el violín de un muchacho, un objeto significativo cae del vestido de una mujer en el momento de la muerte) y, enseguida, un traidor que abre la boca y el consiguiente círculo de la muerte que se cierra sobre los resistentes. Sabiéndose perdidos, éstos se juegan a cobrar la derrota lo más cara posible. Aunque contenido, el tono elegíaco, sumado a la certeza de la fatalidad, el alto consumo de cápsulas de cianuro y los disparos en la sien –cuestión de no caer en la mesa de torturas– le dan a la última media hora, en medio del nutrido intercambio de munición, una bienvenida, casi operística intensidad, ausente hasta entonces.