Religión, compromiso y militancia
Si uno se guiara sólo por la búsqueda de valores cinematográficos a la hora de establecer algún juicio sobre Antonio Puigjané, El Piru – Un franciscano a contrapelo, no encontraría necesariamente la respuesta en el documental de Fabio M. Zurita. No es una afirmación peyorativa, puesto que su interés reside, en todo caso, en manifestar una ética en torno a las acciones del personaje retratado y en contribuir a la memoria de aquellos que mantuvieron ideales y los acompañaron con acciones sin vacilar.
Y con buenas acciones, aclaremos. En este sentido, el lugar de enunciación que se escoge es el de la semblanza afectiva y razones no le faltan al director para hacerlo. A través de testimonios diversos, se reconstruye con material de archivo el itinerario de “El Piru” desde sus orígenes humildes hasta el presente (enero de 2015 en el Santuario de Nueva Pompeya). Hay una línea argumentativa donde las voces de quienes lo conocieron dan fe de su labor como fraile de la orden capuchina al lado de los más humildes y en momentos críticos de la historia del país. Se destaca, además, su incondicional apoyo a las Madres de Plaza de Mayo y el punto de partida para describir esa relación es una conmovedora anécdota contada por una de ellas. Este original fraile, con estilo confrontativo, franco y aventurero, se animó a enfrentar a figuras eclesiásticas de poder, cómplices algunos de ellos de estructuras militares o gobiernos provinciales propios de un feudo (se destaca el episodio con los Menem en La Rioja donde el empresario Amado le dice “los dos no cabemos en el mismo lugar” y un tal Carlos le promete falsamente interceder por él ante su expulsión) y supo utilizar el evangelio no como instrumento de opresión sino como enseñanza humanista. Por eso, como resalta uno de los entrevistados, “la iglesia lo dejó solo”.
Ahora bien, el punto de quiebre si se quiere se produce en el momento en que Puigjané se involucra partidariamente con el movimiento “Todos por la patria”. No es un hecho que atañe solamente a la biografía que el documental traza sino a su propia vida, porque como suele suceder en estos casos, las contradicciones afloran. Y es aquí donde inteligentemente Zurita se permite tomar una sana distancia e instala un subtexto de preguntas en torno a las tensiones que aparecen entre el accionar franciscano hacia la no violencia y la contraria respuesta de la lucha armada en el contexto de la democracia, más precisamente retomando el caso de La Tablada. Hay un testimonio de Pérez Esquivel al respecto que pone el acento en ello y donde se deja ver que el propio Antonio tal vez no pudiera resolver tal contradicción. Es una jugada que excede el registro de la alabanza y pone en un plano más concreto la figura evocada sin resignar el cariño inicial. A partir de ese momento, las dudas sobre esas formas de intervención política se instalan en algunas respuestas de los testigos y amigos (hay una mujer que dice haberlo acompañado en todas sus labores humanitarias pero no partidarias).
Quien no tiene dudas es el propio Puigjané, que nunca vaciló en apoyar a sus compañeros caídos y que sufrió una condena sin ser partícipe directo del hecho en cuestión. De modo tal que en esta tensión entre la mirada personal afectiva y la discusión implícita sobre hechos recientes del pasado se encuentran los eslabones más jugosos de la película.