Desde los orígenes de la cinematografía universal se abordó el tema del terror, en todas sus clases, hasta convertirse en un género definido y habitual dentro de la cartelera semanal. Para generar miedo se emplearon distintos personajes monstruosos que se le aparecían físicamente o en los sueños a las víctimas.
Pero, en esta realización de los hermanos directores Abel Vang y Burlee Vang, se utilizan los adelantos tecnológicos para asustar al público, como es el caso de una aplicación para el celular que se les aparece para instalarla a cinco amigos y compañeros del colegio secundario de EE.UU., luego de que muriera en forma trágica Nikki (Alexis G. Zall), otra integrante de ese grupo.
Cuando esa aplicación se activa, una voz, al comienzo amistosa, los va torturando, atormentando, resaltando y hurgando sus puntos débiles, explotando sus miedos infantiles, sus fobias, hasta provocarles alucinaciones, que se vuelven tan reales que los terminan matando.
En esa cofradía se erigen Alice (Saxon Sharbino), como la mejor amiga de Nikki, y Cody (Mitchell Edwards), como un experto en todo lo que tiene que ver con la tecnología, quienes intentarán averiguar quién creó esa aplicación y cómo llegó a ellos para tratar de desactivarla.
La historia está bien contada con todos los ingredientes necesarios cómo para que resulte entretenida y asustar de vez en cuando, pese a que uno ya sabe cuándo va a aparecer el ente Bedevil (Jordan Essoe). Los efectos están ubicados en el momento justo, y con una idea sencilla, pero eficaz, se logra un buen producto, que tiene ritmo en los momentos que los tiene que tener, con otros de ligera tranquilidad. La utilización de las luces es un condimento extra, porque la escena está iluminada por el sol, o en forma artificial en los momento de calma, y cuando se apagan las luces, hay que huir.
Como decía antes, la idea es sencilla, chiquita, donde la utilización del teléfono celular y de las computadoras están al servicio y son una parte fundamental del relato.
Esta película viene bien para oxigenar el género tan vapuleado últimamente, con la reiteración de presencias malignas, que viven en los sótanos o detrás de las paredes de las casas abandonadas.