El filme gira en torno a cinco amigos que, tras la muerte de una adolescente, descargan una aplicación que los conecta con sus peores miedos.
Precedida por comentarios nada elogiosos, Aplicación siniestra llega a las pantallas locales como esas monedas que se tiran al aire con la esperanza de que caigan del mejor lado y se multipliquen por el simple milagro de pertenecer al género del terror.
El fusilamiento crítico previo sólo tiene una virtud: bajar las expectativas a un nivel inferior al cero y hacer que cualquier cualidad, por mínima que sea, tenga un efecto de resaltado flúo.
En el caso de esta película, la cualidad fundamental y exclusiva es el argumento: tras la muerte de una adolescente, cinco amigos de ella (su novio, su mejor amiga y otros compañeros del grupo) descargan en sus teléfonos celulares una extraña aplicación que tiene el poder de activar sus miedos infantiles más acendrados.
La idea de que hay una conexión directa entre la tecnología y los fenómenos paranormales viene siendo explotada por el cine de terror casi desde sus orígenes (con el maravilloso precedente de la literatura victoriana), aunque hubo que esperar hasta la inquietante Personal Shopper para que esa conexión fuera enunciada de modo explícito.
Al igual que esa obra de Olivier Assayas, Aplicación siniestra también se vale de teléfono celular no como mero dispositivo de video (como sucede en Actividad paranormal 4, por ejemplo) sino como un aparato mucho más complejo, con el que es posible establecer múltiples interacciones.
El problema es que la frazada de ese argumento interesante y de esa metafísica involuntaria no alcanza para tapar los defectos más obvios de la película de los hermanos Vang: tienen graves problemas de puesta en escena, de movimientos de cámara, de dirección de actores y de efectos especiales.
Así, por momentos, lo siniestro se degrada en patético, y el desarrollo de la trama se transforma en una mera sucesión de sustos que nunca alcanza la dimensión de auténtico miedo.