The Moon Witch Project
John Fitzgerald Kennedy prometió en 1961, que al finalizar la década el hombre llegaría a la luna. Ocho años y once cohetes más tarde, cumplió su promesa. El programa Apollo de la NASA terminaría en 1972, con el Apollo 17. Apollo 18 (2011), de Gonzalo López-Gallego, inventa un viaje decimoctavo, ostensiblemente “la razón por la cual nunca volvimos a la luna”.
El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999) no fue ni el primer ni último film en presentarse como “material de archivo encontrado ”, pero indiscutiblemente se trata del centro canónico del género: toda película rescatada de algún desastre ficticio adeuda algo al film de bajo presupuesto, actores desconocidos, cámara en mano y sonoro terror de los directores Daniel Myrick y Eduardo Sánchez.
Apollo 18 se presenta en perspectiva de primera persona, restos de una expedición fallida en la que tres astronautas se filman entre sí, ansiosos por documentarlo todo (los actores, con sus intensas miradas en primer plano y su recitar dramático, no parecen los “hombres cualquiera” que deberían ser). Falsea una estética de crudeza inédita, a través de la cual busca crear un sentimiento prevalente de peligro e inmediatez.
En efecto, ésta es una doble falsa: los títulos de la película ya informan que el producto final es la edición de cuarenta y ocho horas de material, resumido en una hora y media de película. Es decir que Apollo 18 no solo es un film (obviamente) ficticio, sino que la presentación del metraje también lo es: el espectador no ve el material tal cual supuestamente fue filmado por los personajes (como El proyecto Blair Witch o Cloverfield, 2008) sino como ha sido recortado, montado y editado por terceros, desgrasando “tiempos muertos” y perdiendo cualquier noción de ritmo y tono. Todo lo que se muestra tiene una función dramática o expositiva; nada amerita el uso de la estética hiperreal de “metraje encontrado”.
La mayor parte de los sustos son cortesía del repetitivo diseño sonoro y una multiplicidad de repentinos ruiditos precedidos por silencio. Hay, además, banda sonora compuesta y orquestada, la cual termina por romper cualquier ilusión de minimalismo realista. ¿Qué, la NASA recupera cuarenta y ocho horas de metraje inédito de una misión secreto-de-estado y no solo decide montarla como peli de terror sino que además le pone musiquita para ayudar con los sustos? Por lo menos Actividad Paranormal (2007) era creíble como documento virgen, sino por su tema, por la forma en que lo trataba.
Valuado su costo de producción en “solo” $5 millones, parecería que por menos dinero la película podría haber sido menos barroca y más auténtica, quizás más aterradora. Está claro que el miedo, en este subgénero, se encuentra en la vivencia inmediata e inédita de la contingencia de la realidad. ¿Por qué arruinarlo con montaje clásico y sustos previsibles? Presentándose como “material de archivo encontrado”, el film ha tomado todos los recursos estéticos del género, y ninguna de sus ideas.