TRUCHO
Falso documental pasado de rosca. Inepto como ficción y ridículo como archivo. Apollo 18 no sabe para qué sirven los géneros cinematográficos y sus reglas, mandándose cualquiera.
Está editado con la maestría de un videoclip. Hay muchos tiros de cámara y espectaculares paneos aéreos justificados por satélites vagabundos. Gonzalo López-Gallego no sólo cubre todos los puntos de vista, también filma secuencias de acción con nitidez incomprensible. Hasta la cámara en mano compone imágenes legibles. Esta prepotencia técnica es una fuerza gravitacional que no deja flotar el relato. La mano del montajista está más presente que la pizza cuatro quesos que pidieron en la sala.
La prolijidad del diseño sonoro es desubicada. Los diálogos tienen la pulcritud de un doblaje. Arranca la película y un sobreimpreso dice que este video circula clandestinamente por Internet, pero su mezcla sonora es perfecta. Está mal por estar bien; el material sería de 1974 y crujidos, atmósferas, murmullos, respiraciones, circuitos eléctricos se escuchan perfecto.
Los astronautas son adolescentes inmaduros; desobedecen órdenes, se largan a llorar, extrañan a la familia y compiten para ver quién se banca más tiempo en un cráter con bichitos. También encuentran naves abandonadas que despegan aunque tengan en su interior todos los cables pelados. Y si la verosimilitud aún no se pulverizó, consideremos que estos astronautas no saben hablar otro idioma que el inglés y salen a matar extraterrestres con un martillo.
¿Mencioné que en la luna de Gonzalo López-Gallego hay zombies, profecías, delirios místicos y los bichitos son, literalmente, piedras que se transforman en arañitas?
El cine es una mentira pero cada película necesita mentir con lógica interna. Apollo 18 es un falso documental contradictorio, contaminado de After Effects y orden narrativo. Encima los pochoclos estaban húmedos. Aunque me asusté un poquito por los golpes musicales, en general fue un embole.