La aventura del adolescente
Apoyate en mí es un relato de iniciación; clásico modelo del cine estadounidense que no solo aborda el crecimiento en cámara de un personaje sino que también ilustra un territorio particular, aquí una cara poco vista de Portland, Oregon, donde vive el joven Charley (Charlie Plummer), de 15 años, junto a un padre permeable a las relaciones problemáticas con mujeres. El mar de ocio que habita el protagonista durante el día lo lleva a explorar los margenes del pueblo. Allí conoce a Del (Steve Buscemi), dueño de caballos de carrera de poca monta que le ofrece un trabajo, algo que al menos sirve para ayudar en la casa. El panorama armonioso se resquebraja cuando una de las aventuras de su padre termina peor que de costumbre; allí la película se parte en dos y comienza una road movie de manual. Cuando Pete (el caballo de Del) pierde una importante carrera y su venta a unos mexicanos es inminente, Charley decide escapar con él por rutas desconocidas a una aventura de Oeste a Este del país.
Basado en la novela de Willy Vlautin, este cuarto film (primero en Estados Unidos) del británico Andrew Haigh se divide en dos mitades. La primera desarrolla una historia más reposada y casi anclada en las bases del telefilm, pero tal quietud es resignificada en el quiebre que da lugar a la segunda parte. La velocidad de la transformación de Charley como personaje también se atribuye al andar casi continuo, y como correlato de ello está la idea de la pérdida, proporcional a ese espíritu nómade bien efervescente que se despierta en él. Haigh aborda la novela con el pulso de un cineasta nacido en Estados Unidos, como si conociera cada pedazo de tierra que encuadra; una idea impensada si revisamos sus películas anteriores, mucho más contenidas y más opresivas por sus espacios casi asfixiantes (ver 45 años). En el pulso está el equilibrio logrado para no caer en la tentación más ramplona del golpe bajo, sendero que eligen sin reprimirse muchos realizadores para alcanzar un efecto lacrimógeno más eficaz. Incluso hay un freno de mano puesto en aquellos momentos en los que los hilos de la novela emergen para eclipsar la narración cinematográfica. La mano de Haigh hace posible que la inercia de los sucesos no se lleve puesto todo lo construido hasta el final del segundo acto.
Al trabajo de Haigh como guionista y director hay que sumarle el tour de force de Charlie Plummer (está en casi todo los planos de la película), quien transita diferentes estados de ánimo, situaciones y peripecias que conforman un cambio, un pasaje del estatismo al dinamismo. Su Charley es un modelo casi perfecto para presentar lo que es el recorrido de un personaje clásico dentro de ese contorno llamado “camino del héroe”. Lo rodea, además, un séquito de secundarios entre correctos (Travis Fimmel y Steven Zahn) y perfectos (Chloë Sevigny y Steve Buscemi, especialmente).
El film expone cierto trajín hasta el momento en que se desata el conflicto y que también estira el final en sus tiempos como si regresara al primer acto. Las acciones y los diálogos vuelven a ser más aletargados pero de ninguna manera entorpecen el camino seguro presentado por su realizador. Andrew Haighes es un nombre a descubrir para los que no vieron su obra, ya sea en tierras norteamericanas o en su Inglaterra natal.