El cuarto largometraje de Andrew Haigh, Apóyate en mí, es un relato épico, en el pasaje de la niñez a la adolescencia y de ahí a la edad adulta, de un chico apabullado por situaciones dramáticas.
Charley Thompson (Charlie Plummer) es un chico de 15 años que vive con su padre, casi abandonado a su suerte. Consigue trabajo, a fuerza de insistencia, con Del Montgomery (Steve Buscemi) un entrenador de caballos que circula por hipódromos menores y que ocasionalmente trabaja con una jinete, Bonnie (Chloë Sevigny).
Charley se encariña con un caballo, Lean on Pete -tal es el nombre original de la película-, que hoy puede ser ganador, pero si muta a perdedor se puede convertir en alimento. Forzado por los giros inesperados del destino, entabla un viaje con el equino en busca del único familiar de sangre que le queda: su tía.
Basada en una novela de Willy Vlautin, Apóyate en mí presenta episodios, a cada cual más desesperanzado, en una suerte de vía crucis en la vida de Charly, que no duda en moverse empujado por las circunstancias. Las opciones para avanzar en su camino no son tantas y lo que el film relata es la superación de escollos, aunque para sortear alguno de ellos se recurra a varios actos delictivos de poca monta. Además, si hay algo que caracteriza al personaje principal no es la astucia con mayúsculas, sino más bien cierta inocencia al recorrer un tramo de la vida con determinación a pesar de pruebas durísimas.
El relato de Andrew Haigh -en su cuarta película luego de la aquí inédita Greek Pete, Weekend y la maravillosa 45 años- es, como en sus anteriores trabajos, introspectivo, pausado y reflexivo. Los personajes principales parecen tener más cosas en la cabeza que lo que sus actos reflejan. Charley deja que los demás hablen, observa, reflexiona y se mueve en consecuencia, con una lógica propia, equivocada o no, con cierta dosis de ingenuidad.
En Apóyate en mí hay ecos del cine social británico, especialmente de Kes, uno de los primeros largometrajes de Ken Loach, que cuenta la relación entre un chico rebelde, bastante desamparado y un halcón. En ambos casos, la relación joven y animal funciona como reflejo de libertad y desamparo. A la vez que los animales son imposibles interlocutores que sólo mueven a la propia reflexión.