Un enfermizo relato de iniciación
Que en un relato de iniciación el protagonista mencione El guardián en el centeno no es lo más original ni menos obvio del mundo. Que la típica american family muestre sus pies de barro, tampoco. Que una película se llame Aprender a vivir, ni qué hablar. De esto último no tiene la culpa Derick Martini, realizador de treinta y pico que aquí debutaba (la película tiene tres años) y que le puso de título a la película Lymelife. El título es en referencia a la enfermedad de Lyme, que puede tener consecuencias neurológicas y se describió por primera vez a mediados de los ’70. A fines de esa década transcurre, se supone, la película. La suposición tiene que ver con que al hermano mayor del protagonista lo mandan a combatir a unas lejanas islas llamadas Falklands, donde hay una guerra contra unos “hispanos”. ¿Fines de los ’70 o comienzos de los ’80, entonces?
Producida por Martin Scorsese y su socia Barbara de Fina, ganadora de un excesivo Premio de la Crítica en Toronto 2008, Lymelife transcurre en una zona de Long Island rodeada de bosques. Este último dato tiene su pertinencia, ya que la enfermedad de Lyme es transmitida por una garrapata, que la contagia de la sangre de los ciervos. Y la zona está llena de ellos. Por lo cual la mamá del protagonista, Scott (Rory Culkin), acostumbra taparle la piel con cinta de embalar, para evitar picaduras. El que no se salvó de la picadura es un vecino, Charlie (Timothy Hutton), que por culpa de la enfermedad suele pasarse los días en el sótano, sin trabajar y sin mantener relaciones con su esposa Melissa (Cynthia Nixon, la pelirroja de Sex and the City, aquí rubia). Melissa se descarga con su jefe, Mickey (el gran Alec Baldwin, coproductor también), que no es otro que el papá de Scott. Su esposa Brenda (la canadiense Jill Hennessy) lo tolera, no así Scott ni su hermano mayor Jimmy (Kieran Culkin), el soldado que antes de irse a las Falklands vino a visitar a la familia. Mientras tanto, el muy tímido Scott no se anima a acercarse a la chica que le gusta (Emma Roberts), en la menos convincente de todas las subtramas.
Que la película transcurra en los ’70 será porque algo se quiso decir sobre la época. Así como está, da la sensación de que nada hubiera cambiado mucho si sucedía en los ’80, ’90 o la década pasada. Lo mejor de Lymelife es el vívido tratamiento de las escenas y la excelente dirección de actores, sumando al infalible Baldwin, un Hutton siempre rendidor a la hora de componer personajes border, además del hallazgo de Jill Hennessy (desconocida por aquí, hasta el momento) y unos hermanos Culkin, cuyo pálido, mórbido aspecto les da un raro magnetismo.