Una comedia laboral
Aprendices fuera de línea (espantoso título en castellano, huelga decirlo) es una publicidad desvergonzada de Google y también una comedia más que disfrutable. Los protagonistas, a cargo de esa dupla formidable conformada por Vince Vaughn y Owen Wilson (esta no es una película de director sino de actores), son dos cuarentones que lo que en realidad perdieron no es la línea sin el tren: de un día para el otro se quedan sin trabajo y no tienen más remedio que empezar de nuevo. No se sabe a ciencia cierta en qué momento los dinosaurios advirtieron que algo no andaba del todo bien. Capaz que escucharon un silbido fuera de lo común que cruzaba el aire; o miraron al cielo y tuvieron un presentimiento digamos que funesto. Los personajes que encarnan Vaughn y Wilson sobreviven al golpe y se ven empujados a empezar de nuevo, por lo que no se les ocurre otra cosa que ir a probar suerte a Google, ese lugar que, según se nos hace saber en la película, es algo así como una versión laica de la Tierra Prometida. Allí se encuentran con un instructor tiránico y una parva de freaks, a los que prácticamente doblan en edad, con los que deben entrar en una competencia alocada para obtener el puesto. El optimismo esperable de la película no llega nunca a ser insultante, más que nada porque el programa de la casa Google que tan astutamente le da marco opera todo el tiempo en un segundo o tercer plano, mientras lo que está bien a la vista es el orgullo conmovedor de los protagonistas para salir a flote, exhibiendo sus mañas y sus trucos de perros viejos como las armas más efectivas para horadar ese mundo en apariencia impenetrable y vencer con la satisfacción secreta de hacerlo en los propios términos. Por supuesto el costado más propagandístico de la película es que el protocolo de la empresa al parecer acepta, e incluso celebra, las disgresiones, las pequeñas informalidades y los desvíos que la transforman en una posibilidad de empleo tan plausible y prometedor para todo el que tenga una cuota alta de empuje, de imaginación y de eso que en el lenguaje empresarial se llama capacidad de trabajo. Pero esta fantasía capitalista no es privativa de Aprendices fuera de línea, sino que es un factor común en la ideología de la superación de tantas películas americanas de toda la vida en las que se recompensan con especial atención el esfuerzo y la habilidad individuales. Esta vez se aprovecha el trasfondo apetecible de Google menos para señalar una entrada triunfal a la prosperidad que para presentar una historia eterna de lucha por la supervivencia y de orgullo personal. ¿Adónde van las criaturas prehistóricas cuando el mundo en el que vivían hasta ayer se desintegra? Probablemente, como muestra la película, se van a sacudir las patas, a mover los hocicos buscando una oportunidad; a reclamar, en suma, que un territorio desconocido también pueda convertirse en un lugar más o menos amigable. La película elude en todo momento el sentimentalismo, y prefiere inclinarse en cambio por el efecto desesperadamente cómico que resulta de ver a esos dos curtirse para no desaparecer. Aprendices fuera de línea es un espectáculo feliz de gracia y de amor propio, una ceremonia hecha de gags para aquellos que no están tan locos como para resignarse al hundimiento definitivo sin dar antes todos los zarpazos que puedan.