Aprendices fuera de línea

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Dos vendedores de Atlanta, de esos que memorizan el nombre de la hija de su cliente y se reúnen a cenar para concretar una venta, se quedan sin trabajo, sin empresa, sin futuro laboral, y deciden probar suerte en Google, en Silicon Valley, California, en una pasantía ( La pasantía o Los becarios podrían haber sido títulos de estreno más lógicos). La intención: ganar la pasantía. La realidad: son dos vendedores "vieja escuela". A partir de esos elementos claros, concretos, bien delineados y no exagerados, se arma esta película. Se agregan unos cuantos buenos chistes, un elenco cómico excelente y una confianza luminosa (en la moral del relato y también en la resplandeciente luz de la fotografía) en el futuro económico de las oportunidades de la economía online y cómo puede potenciar lo bueno de la offline ("fuera de línea", es decir, por ejemplo, una pizzería). En ese sentido, la película es, de manera muy decidida -por momentos nada pudorosa-, una gran celebración de Google, de sus ideas, de sus prácticas, de su funcionamiento hacia afuera y hacia adentro.

Este planteo se cruza con un director de una blandura y un facilismo ya probados anteriormente: Shawn Levy, firmante de señalados bodrios como Más barato por docena , con Steve Martin, y la versión de La pantera rosa con Martin y Beyoncé. Levy fue también director de películas más aceptables como Una noche en el museo y Gigantes de acero , en las que limitaba con su inanidad historias y elencos que prometían mucho más. Es el caso también de Aprendices fuera de línea , que tenía la potencia de una gran comedia laboral e intergeneracional y que podría haberse beneficiado sin este aplicador de fórmulas que apelan al mínimo común denominador narrativo. Ejemplos del facilismo de Levy hay muchos: disposición frontal de personajes y elementos; trazo grueso para la caracterización veloz de quienes no son protagonistas o actores con cartel (suponemos que éstos aportan por sí mismos los matices); la disputa de pareja inicial y la "vuelta a la venta" del personaje de Vaughn, y muy notoriamente el partido de quidditch , de una pasmosa superficialidad en la progresión de las acciones.

Si la película logra levantarse del yunque impuesto por su director es porque Vince Vaughn y Owen Wilson son dos comediantes de lujo que conectan perfectamente (ya lo habían demostrado en otra película que estaba por debajo de ellos, Los rompebodas ), porque papeles secundarios están jugados con grandeza por Will Ferrell y John Goodman, porque la línea romántica de Wilson y Rose Byrne (la "mala" de Damas en guerra ) funciona siempre y porque hay una tradición que excede a Levy y que lo ayuda a disimular sus carencias: la confianza del cine estadounidense en su tradición narrativa y en su fortaleza industrial, pilares aún hoy del reciclaje del sueño americano.