Esta pequeña y multipremiada película holandesa es una delicada historia de crecimiento (“coming-of-age movie”, como le dicen) acerca de un niño de diez años que vive solo con su depresivo y por momentos violento padre en una casa bastante abandonada en medio de la nada. Esa mezcla de tristeza y libertad absoluta que vive Jojo, el niño, le permite por momentos no ser del todo consciente de lo que sucede alrededor suyo. O al menos eso parece.
Su padre nunca está (trabaja todo el día) y lo deja solo, su madre es una cantante de música country que está hace mucho tiempo de gira por Estados Unidos (Jojo habla por teléfono con ella de vez en cuando, aunque jamás escuchamos su voz del otro lado de la línea) y el niño empieza a encariñarse con un pichón de cuervo que encuentra cerca de su casa y lo lleva a vivir adentro.
Obviamente que esta situación se volverá complicada ya que el padre no quiere saber nada con tener al bicho ahí y a Jojo no le queda otra que esconderlo como pueda. Pero la situación se va volviendo más y más tensa, especialmente por los humores pésimos del padre quien, cada vez que aparece, se convierte en un motivo de tensión para el niño, al que le queda solo el pequeño pájaro y una amiga con la que juega al waterpolo en el colegio como toda compañía.
kauwboy1A lo largo del filme, cuyo módico lirismo se debilita por momentos por la insistencia del director de musicalizar muchas escenas con las canciones country de la madre, además de un reiterado uso del plano “cámara atravesando altos pastizales” patentado por Terrence Malick como metáfora de conexión con la naturaleza, iremos conociendo un poco más lo que hay detrás de esa mínimo núcleo familiar más desecho que disfuncional. Y es ahí donde la película cobrará una emoción inesperada y hasta un exceso de gravedad lejano a la forma hasta entonces medida de tratar algo que en manos más torpes podría directamente ser una película sobre la violencia familiar.
Es que si bien cada vez que el chico está solo en su pequeño paraíso de juegos con el pichón, de paseos en bicicleta y de incipiente sensación de que “hay onda” con su amiga, cada vez que el padre retorna el panorama cambia. Pero Koole tiene la inteligencia de mostrar al padre más como un hombre golpeado emocionalmente e incapaz de hacer frente a una situación difícil (como criar a un hijo solo, entre otras cosas) que como un simple villano agresivo del que escaparse.
Con mínimo presupuesto, tres personajes y un pichoncito que no sabe todavía volar, Koole armó en APRENDIENDO A VOLAR (título olvidable, pero previsible y hasta lógico) una naturalista, humana y discretamente emotiva película sobre el fin de la infancia y el principio de todo lo demás.