Con varios premios en su haber, incluido el premio al mejor director debutante en el pasado Festival de Berlín, Aprendiendo a volar marca el debut en la ficción del director holandés Boudewijn Koole (afamado cortometrajista y documentalista de la televisión holandesa) y trae a la cartelera porteña un interesante y agradable film que nos sumerge en la vida de un niño, marcado por la ausencia materna, que establece una insólita amistad con un cuervo pichón.
Jojo es un niño de 10 años que vive en las afueras de la ciudad, con una madre ausente y un padre inestable emocionalmente que lo deja muchas horas en soledad. Pero Jojo encontrará una vía de escape en su nueva compañía, una cría de cuervo que encuentra en el campo y al que adopta con la complicidad de Yenthe (Susan Radder), una compañera de waterpolo.
De corte intimista y en cierto tono de fábula la película nos acerca a la relación de este niño y su pichón, que guarda cierto simbolismo con la historia de su madre, con un punto de equilibrio entre lo entrañable y lo cruel.
Con sutileza y buen gusto el relato se centra en el día a día de esa relación signada por el entorno de vacío emocional familiar y el duelo por la muerte de su madre que el niño debe afrontar.
A pesar del final un poco forzado, con la radical y veloz transformación del vinculo entre padre e hijo que resulta precipitada y poco verosímil, no alcanza a empañar los buenos atributos del film.
Un personaje central simpático, interpretaciones muy naturales, la cuidada fotografía y una dirección más centrada en lo emotivo (la fuerza de la película está en lo que no dice) hacen de Aprendiendo a volar una sencilla y agradable película.