En una casi perfecta analogía con la temática que trata, el film surcoreano del director Bong Joon-ho se instalo en Hollywood haciendo historia con un éxito sin precedentes en las ceremonias de premiación de Hollywood. Ganador de la Palma de Oro en Cannes, lleva ganado casi US$140 millones en taquilla a nivel mundial, se a mantenido por 18 semanas seguidas en exhibición en Los Ángeles, en los Globo de Oro se alzó con la estatuilla a mejor película de habla no inglesa y fue nominada en otras dos categorías. Se convirtió en la primera película de habla no inglesa en ganar el premio más importante de los que entrega el Sindicato de Actores de Estados Unidos y recibió seis nominaciones a los premios Oscar, incluida mejor película. Pero a diferencia de sus protagonistas el film goza de sobrados fundamentos para merecer el éxito.Bong Joon-ho construye un sagaz y demoledor relato con una critica social y jugando con el modelo de familia tradicional en lo que parece ser un perverso juego de reflejos que deviene en una divertida sátira social.Y no se limita a abordar un sólo género sino que combina a la perfección y en su justa medida el humor negro, el drama, suspenso y hasta por momentos se permite jugar con el terror. Parasite tiene como protagonista a una familia acostumbrada a malvivir en un sótano a base de micro trabajos temporales y precarios cuya suerte cambia cuando el hijo sustituye a un amigo como profesor particular de inglés de una niña de familia rica. A partir de allí la familia pobre planifica y comienza un proceso de infiltración y conquista en el que los distintos miembros familiares irán asumiendo posiciones de servicio dentro de la mansión de los ricos hasta hacerse cada vez más imprescindibles para sus dueños. La escena inicial en la que la familia en el sótano se paraliza ante la imposibilidad de seguir robando una señal wifi a la vecina y desviviéndose en busca de otra señal con acceso a Internet, describe con gracia y pena, a la vez, y con un poder de síntesis espeluznante estos Parásitos que componen el primer eslabón de una cadena por la cual continuaran con otros huéspedes. Vulgares y oportunistas, pero astutos, los Parásitos operan a plena vista y fingiendo compasión por sus víctimas, explotando los miedos, inseguridades y aspiraciones de unos patrones esnobs y condescendientes incapaces de realizar alguna tarea del hogar ni educar a sus hijos. Pero la simbiosis comienza con la coexistencia de clases que se explota mutuamente, invadiendo tanto la intimidad como la propiedad privada de los ricos hasta que descubren algo que volverá a cambiar sus planes. Bong hace una puesta en escena de la desigualdad social y casi todas las secuencias de Parasite trasladan estos conceptos al plano de lo visual -La misma lluvia torrencial que los Park contemplan desde su sala como si fuera un espectáculo, inunda el sótano de los Kim-, y muy pocas veces la verbaliza -Como cuando el millonario Park dice que no soporta a los empleados que “cruzan la línea” o la referencia a ese preciso e insoportable olor de pobre.-. Pese al absurdo de algunas escenas y en el que entra la historia sobre todo hacia el desenlace, Bong construye la trama partiendo de un guión arquitectónico, planificando al milímetro la perversa escalada de acontecimientos y un recorrido vertiginoso de géneros, tonos y referencias a otras películas, incluidas las del director, que genera sorpresas, diversión y reflexión. Pero fundamentalmente Bong cimienta la verosimilitud del relato en sus personajes, no idealizando ni satanizando a ninguno y creando distancia emocional entre los personajes y el espectador.Gran trabajo actoral para quienes tienen que interpretar a estos personajes que habitan en una zona gris, compuesta por adorables pero insaciables Parásitos, y mezquinos pero amables y condescendientes huéspedes. Incómodamente divertida Parasite es una verdadera joya, que sin dejar de lado el entretenimiento e incluso por momentos inquietante, entrega una verdadera critica social sin aburridas ni pretenciosas lecciones, pero que dejan la reflexión en el espectador y seguramente entrará en la historia del Oscar.
Hans Christian Andersen, escritor danés de famosas obras como "Pulgarcito" y "La Sirenita" que tuvieron grandes adaptaciones a través del tiempo, publicó en 1844 "La reina de las nieves"popularizada y vuelta en fenómeno de taquilla, premios y merchandising extraordinario por la factoría Disney en el 2013 con Frozen, difiriendo del material original pero con una animación impecable, canciones pegajosas y un logrado desarrollo de la historia y personajes que consiguieron otorgarle atractivo y éxito avasallador. Sin embargo, un año antes del estreno del film de Disney los rusos hicieron su propia versión más apegada a los libros llamada La Reina de las Nieves y el éxito fue tal que tuvo hasta la fecha dos secuelas mas -La Reina de las Nieves: El Espejo Encantado y La Reina de las Nieves: Fuego y Hielo- y esta nueva cuarta entrega llamada La Reina de las Nieves en la tierra de los espejos. Con una lograda animación, que sorprende con los bellos paisajes y una interesante estética steampunk en cuanto ambientación, esta nueva entrega acierta argumentalmente poniendo el foco en la lucha entre la ciencia y la magia y alejando a La reina de las nieves de la clásica villana que era en los filmes previos para redimirla y convertirla casi en heroína. En esta nueva aventura Gerda vive feliz junto a su hermano Kaiy sus padres magos en el interior de una tierra próspera donde reina el rey Harald, un científico y genio inventor. Este, más partidario de las nuevas tecnologías que de los hechizos, ordena que todos los magos del Mundo de los Espejos se exilien a un lugar de donde no puedan escapar y la única que puede salvar a su familia es Gerda pero para ello deberá unir sus fuerzas con su antigua enemiga, la Reina de las Nieves. Si bien se agradece la interesante y original propuesta temática -considerando el publico al que esta dirigido el film-, en donde se plantea la lucha entre el progreso científico y la magia como superficie que esconde el autoritarismo y la intolerancia a la diversidad que llevo a grandes tragedias del siglo XX, el relato va desplegando varios subtemas que dejan algunos cabos sueltos imposibles de enmendar entre medio de la acción y otros muy interesantes como reflexión pero fuera del alcance comprensivo de los niños. El film hace foco en los dos personajes principales y los secundarios apenas cumplen la función de acompañantes en el clásico camino a la aventura del héroe. Sus aportes no resultan en gracia como tal vez se había concebido y más allá de alguno que otro gag ni el simpático hurón blanco mascota de Gerda, ni los bebes trolls -las escenas donde ellos aparecen se esfuman sin pena ni gloria-, son aprovechados para concentrar ese espacio de humor que toda película animada debe tener. Mas allá de las comparaciones con la factoría Disney y su estudios de animación adquiridos, que sería injusto debido a la diferencia de presupuestos e intereses, La Reina de las Nieves en la Tierra de los Espejos es una alternativa interesante con un relato de aventuras entretenido, visualmente bello y una temática original e interesante que se disfruta en familia tanto por sus valores como por lo que representan los personajes.
Tras la genial primera entrega, que estableció una versión más aguda, original y alternativa de la clásica fábula con la que crecieron tantas generaciones y que altero la imagen de Maléfica para pasar de villana a heroína del relato, en esta secuela vuelve a transformarse en mito malvado producto de la ambición de poder de una nueva villana, esta vez, bien humana. En Maléfica dueña del mal aquella relación nacida de la angustia, la revancha y finalmente el amor con su ahijada Aurora -Elle Fanning- se pone en jaque nuevamente cuando se hace inminente el matrimonio de Aurora con el Príncipe Phillip -Harris Dickinson-, motivo de celebración que también servirá para unir al mundo de los humanos con las criaturas del Páramo. No obstante, el odio entre los hombres y las criaturas aún persiste y, por motivos que luego la trama develara, la imagen de Maléfica ha sido manchada con la sombra del mal restaurando el viejo mito. En esta nueva aventura de fantasía visualmente interesante, tanto en su diseño de vestuario como en el universo de cuento de hadas que habita, Maléfica deja de ser la villana de su propio cuento cediendo el lugar a la malvada reina Ingrith -Michelle Pfeiffer- en un relato que intenta, al igual que en el anterior film, despegarse de la fabula e incorporar nuevos elementos, giros y personajes a la historia. Pero esta vez no con los mismos resultados. Si bien la rivalidad entre Pfeiffer y Jolie toman el centro del escenario -incluso cuando no tienen casi escenas juntas o compartiendo planos- y el magnetismo y química entre Jolie y Fanning dan fuerza a la historia, pareciera que los nuevos giros de la historia bastantes predecibles y personajes pocos explorados y sin desarrollar no logran cautivar de la misma manera que en la primera entrega. Cierta intriga y oscuridad del comienzo desaparecen dando lugar mas a la acción y efectos especiales en este relato que, aún con su disfraz e impronta de cuento de hadas y entretenimiento infantil, intenta sacar a relucir los conceptos de los lazos familiares, la lealtad, intolerancia, el poder y la ambición, pero de forma liviana y sin profundizar. Párrafo aparte para la escalofriante escena de la iglesia, cuya analogía con las cámaras de gas utilizadas por el Nazismo, pareciera exceder los parámetros de Disney. Aunque esta secuela pretende ampliar la mitología de Maléfica y resurgirla como el Ave Fénix, no logra elevar los aspectos más interesantes del primer film ni cautivar y sorprender de la misma manera.
Es el gusto por el detalle y el cariño por las series televisivas y referentes de una época que determinaron parte de su formación cinéfila, junto con su capacidad para la reapropiación, el homenaje y jugar con esas referencias pero dándoles la vuelta con su espectacular talento lo que determina la inigualable marca de estilo de Tarantino. Y esta vez se dio el gusto de juntar a todas en Érase una vez… en Hollywood. Titulo que Tarantino aprovecha, como si de una fabula se tratase, para rendir tributo a esa gran fábrica de sueños que a finales de los años 60 asistía a la transformación de los grandes estudios con el cine de acción de serie B, las series de televisión del FBI que crearon nuevos héroes y formas de justicia y de violencia, las coproducciones europeas y el spaghetti western -con el periplo europeo del personaje de Di Caprio que solo vale para encadenar citas y homenajes explícitos al genero-. En un contexto de cambio social con el espectro acechante del movimiento hippie y la violencia que inundaba las ficciones, pero también se encontraba tras las lujosas mansiones de las estrellas. La película esta estructurada alrededor del asesinato de la actriz Sharon Tate y sus amigos que fueron masacrados por la banda satánica de aquel demente llamado Charles Mason, Pero Tarantino propone una nueva versión de ese fatídico verano del 69 en la que pareciera querer exorcizar los demonios de aquella fabrica de sueños tocada por el escándalo y la impureza. Centrado en Rick Dalton -Leonardo DiCaprio-, un actor de televisión que está pasando de moda en Hollywood y que necesita reinventar su carrera, y su amigo y doble de riesgo Cliff Booth -Brad Pitt- que sufre su propia crisis existencial sutil, describe con esa mezcla de banalidad y sustancia la relación de estos dos personajes y su entorno, a la que se suma sus vecinos el director Polanski y sujoven actriz y esposa Sharon Tate -Margot Robbie-. Brad Pitt, en funciones de tipo duro y enigmático -como el momento en que rechaza las insinuaciones sexuales de una menor de edad, mostrando una integridad que no cabía esperar del personaje-, y Leonardo DiCaprio poniendo su histrionismo a un egocentrista pero con la autoestima baja, son el centro de esta historia que debería tener a Margot Robbie como protagonista.Pero mas allá de simbolizar todo lo bello y bueno que pudo ofrecer la Meca del Cine,Margot Robbie interpreta a un personaje al que curiosamente Tarantino dota de poca profundidad y termina funcionando más como artefacto narrativo que el de un personaje, siendo casi la única secuencia significativa aquella de Margot Robbie en el cine mientras se ve a sí misma como Sharon Tate en la cinta de Phil Karlson "La mansión de los siete placeres". Se concede algo al grupo de "chicas Manson", en su mayoría indiferenciadas, que incluyen a Margaret Qualley, Dakota Fanningy cameo incluido de Lena Dunham. Hay lugar para burlarse de Bruce Lee así como una larga lista de buenos actores desperdiciados en papeles incidentales, desde Al Pacino, Kurt Russell, Timothy Olyphant, Dakota Fanning, Bruce Dern y Damian Lewis, entre otros. Aunque hay una secuencia cargada de señales, amenazas y suspenso cuando el doble de riesgo visita el set de película abandonado que los seguidores de Manson usurparon, la figura del mismo Manson está casi ausente y Tarantino se ocupa de ridiculizarlo hábilmente e incluso aprovecha para insertar el cameo de Bruce Dern como el propietario senil del rancho. Con actuaciones estelares y una magnífica y divertida ambientación de Los Angeles a finales de los años sesenta, durante casi dos horas el relato se pasea por los estudios con un meritorio rastreo de lugares, ambientes y todo un universo de referencias y citas musicales, cinematográficas, televisivas y hasta publicitarias -que son inacabables- colocadas meticulosamente con su cartel correspondiente. Muchas de las canciones arrancan con la idea de soportar, subrayar o contradecir lo que se ve y acaban sonando en la radio del coche. Incluso vemos parodias en el estilo visual de noticieros, programas y películas y abundan las escenas de western. Aunque técnicamente prodigiosa y nostálgica para algunos, la historia se torna larga y por momentos dispersa y aburrida. Incluso sorprende muchos de sus diálogos insustanciales y carentes de ingenio -algo inaudito en uno de los más originales directores del cine moderno-. El relato cobra fuerza en sus 40 minutos finales cuando la verdadera acción aparece. Tarantino no olvidó cómo narrar una historia de la forma brutal que solía hacerlo pero lo hace recién al final en un enfrentamiento sangriento sin restricciones.
Centrada en Eugène François Vidocq, un personaje que fue leyenda en la París napoleónica, El emperador de París sobrepone la acción, puesta en escena y solvencia técnica a las interesantes particularidades de un personaje que inspiró a escritores como Balzac, Victor Hugo y Poe para algunas de sus obras. Eugène François Vidocq fue un ladrón que escapó múltiples veces de prisiones consideradas inexpugnables, sobrevivió a varios duelos y su experiencia con el crimen, fuerza física, memoria prodigiosa e ingenio lo convirtieron en una persona valiosa para la Policía, con la que comenzó a colaborar sin nunca abandonar del todo los manejos deshonestos a través de una banda parapolicial llamada Brigade de Sûreté, responsable oficialmente por unos 16.000 arrestos. Entre otros logros también fundó una agencia de detectives privados. El emperador de París, nos adentra en los suburbios del París del siglo XIX, en una historia llena de violencia, venganza y engaños que si bien toma los principales acontecimientos que llevaron a Vidocq a transformarse en leyenda, son meros instrumentos para desarrollar un relato totalmente centrado en la acción que idealiza a Vidocq casi como un superhéroe surgido de los bajos fondos que busca su redención. Con una excelente ambientación y puesta en escena, buen ritmo, solvencia técnica y personajes tipificados de previsible trayectoria,El emperador de París no defrauda en lo que respecta a entretenimiento. Vincent Cassel protagoniza esta historia, que fue llevada a la pantalla grande en varias ocasiones interpretada entre otros grandes actores como Gérard Depardieu, con correctas actuaciones en las que también destacan Olga Kurylenko, como la falsa condesa manipuladora de políticos y bandidos; Fabrice Luchini como uno de los políticos más influyentes de la época y James Thierrée como el duque de Neufchâteau, un espadachín que lucha por recuperar sus tierras. El emperador de París no ahonda ni en el personaje ni el emblemático periodo histórico en el que se desarrolla, pero no decepciona y entretiene al espectador si su elección es un policial de época con buen ritmo y acción.
X-Men: Dark Phoenix es la cuarta entrega y ultima de la nueva saga de películas de X-Men compuestas por X-Men: Primera Generación -2011-, X-Men: Días del Futuro Pasado-2014- y X-Men: Apocalipsis-2016- que sirvieron de precuela a la trilogía original de película que hubo de 2000 a 2006 que descubrieron a Hugh Jackman y conquistaron al público.Pero también es sin duda la última de 20th Century Fox antes de transformarse en una división de Disney. La historia continúa un tiempo después de los acontecimientos vistos en X-Men Apocalipsis y se centra en uno de sus miembros, Jean Grey, que tras una misión al espacio absorbe una especie de poderosa energía cósmica -Fuerza Fénix- la cual dota a Jean de un inmenso poder que la llevara a retomar su propia lucha interna, a la vez que una raza alienígena intentara arrebatárselo.Los mutantes de Marvel deberán enfrentar así primero a uno de los suyos y luego al enemigo externo. X-Men: Dark Phoenix, dirigida por Simon Kinberg -que había sido hasta ahora productor de la franquicia-, sigue la estética, el tono y el camino marcado por las anteriores pero para ser la película final pareciera faltarle inspiración. Sin efectos especiales llamativos ni escenas de acción memorables, y con una villana externa demasiado simple e insulsa que cuenta con muy poco tiempo en pantalla sin despertar nada en el espectador -Ni siquiera la salva la inclusión de Jessica Chastain, una actriz polifacética casi desperdiciada-, el protagonismo lo absorbe Sophie Turner -que dio vida a Sansa Stark en Juego de Tronos- que cumple pero no deslumbra. Una historia donde sus personajes parecen de relleno y son simplemente funcionales a la trama. Alexandra Shipp o Tye Sheridan, interesantes herederos de papeles tan icónicos como los de Tormenta o Cíclope, pasan sin pena ni gloria y se les suma un desdibujado Michael Fassbender, casi en piloto automático, y una Jennifer Lawrence casi imperceptible que no hace mas que traer a la memoria aquella imponente incursión cinematográfica de la Rebecca Romijn-Stamos. El poco tiempo en pantalla de Quicksilver echa a un lado también los momentos de humor y vuelve a la película más seria pero sin profundizar demasiado en sus dramas. X-Men: Dark Phoenix no tiene ningún aspecto especialmente memorable ni nada que la sentencie como episodio final. Más bien pareciera un trámite de los estudios, pero que no pierde el ritmo ni la acción en dosis hollywoodenses para no aburrir a sus fanáticos.
Esta adaptación en live-action del clásico animado de 1992, tan querido por el publico, vuelve a sonar varias de las míticas canciones e introduce algunos pequeños cambios que convierten aquella historia naíf en una aventura en la que Disney ve la oportunidad de apegarse a la nueva deriva de diversidad, igualdad de géneros y otros tintes. Las calles de Agrabah, los desiertos de arena y los pasillos del ostentoso palacio invitan a retrotraerse al pasado para revivir las sensaciones de entonces en esta nueva versión que opta por mantener los temas originales, aportando pinceladas de novedad en las letras, y donde las coreografías y temas musicales protagonizados por Smith son lo mejor de la película. Con buen ritmo, dosis de humor bien aprovechadas y unas pocas escenas que sacan a relucir el frenético estilo de Guy Ritchie -como en las persecuciones-, el relato pone el acento en las escenas de mayor carga emocional, como el encuentro de la lámpara, la presentación del príncipe y el vuelo en alfombra mágica, para exponer sus tintes de fábula manteniendo el tono familiar clásico de Disney pero aggiornandolo a las nuevos cánones culturales, sobre todo respecto a la princesa Jasmine. Naomi Scott potencia el lado más decidido y feminista del personaje, teniendo incluso una nueva canción pensada ex profeso en esa dirección, y logra buena química con Mena Massoud, que sale airoso componiendo a ese chico soñador y bondadoso. Marwan Kenzari resulta anodino y monótono componiendo al clásico villano y es el genio quien exprimiendo el carisma de Will Smith, aunque por momentos ligeramente forzado, se roba el espectáculo cargando sobre sus hombros toda la atención y permitiendo a Ritchie soslayar la falta de desarrollo de los otros personajes. Con un marcado interés por explotar la nostalgia esta nueva versión desaprovecha aventuras, pero no defrauda.
Este biopic sobre el escritor, filólogo y profesor en la Universidad de Oxford J.R.R. Tolkien, que creó todo un mundo fantástico con su propia mitología y lenguajes transformándose en uno de los autores más leídos en todo el mundo con la trilogía de El Señor de los Anillos y El Hobbit -adaptadas a la gran pantalla por Peter Jackson-, se basa fundamentalmente en una reciente biografía llamada "Tolkien y la Gran Guerra: El Origen de la Tierra Media" -Tolkien and the Great War, 2003-, de John Garth. El film explora los años de formación del escritor -cuando empezaba a desarrollar su visión creativa-, el profundo peso que tuvo en él la sociedad TCBS -Tea Club and Barrovian Society- creada junto a sus tres amigos Rob Gilson, Geoffrey Smith y Cristopher Wiseman, su gran amor con Edith Mary Bratt y fundamentalmente el estallido de la Primera Guerra Mundial, determinante para el autor y principal inspiración para su épica El Señor de los Anillos. El relato evoluciona dando cuenta de su vida tanto desde la perspectiva profesional -que culminaría en el momento en el que escribe las primeras letras de El hobbit- como desde la personal -que nos lleva a conocer su faceta como padre y marido-, con flashback que alternan su paso por los terroríficos espacios que significaron las trincheras durante la Primera Guerra Mundial, donde aprovecha para introducir algunas de las ensoñaciones del escritor mostrando el fuego enemigo del frente como inmensos dragones o a las tropas como oscuros caballeros empuñando sus espadas en medio de la bruma y el barro. En ese sentido, es el conflicto bélico quien marcó su existencia tanto para sobrevivir en aquel calvario y como fuente de inspiración para sus posteriores obras. Tolkien permite a los aficionados rastrear en cada una de las escenas a personajes, lugares o sucesos que inspiraron la imaginación del autor y que serían más tarde introducidos en su obra. También narra el encuentro del joven con el filólogo Joseph Wright mientras estudiaba en Oxford, quien lo influenció en la lingüística histórica y la filología, dos de los campos en los que se especializó el autor y destaca la influencia del compositor Richard Wagner -el músico venerado por su amada Edith- a través de la buena banda sonora de Thomas Newman, Tolkien suma un elenco parejo y corrección técnica y formal, pero no sobresale en ningún aspecto, no tiene escenas de batalla deslumbrantes ni situaciones emocionantes pero tampoco decepciona, ya que su relato tiene por objetivo exponer aspectos de la vida del autor que influenciaron y marcaron sus obras literarias.
La interesante y trágica vida del pintor holandés tuvo más de cinco biopics siendo el ultimo Loving Vincent, con formato de cine de animación en el que todas sus secuencias estaban pintadas por un grupo de artistas imitando la técnica y los colores que utilizaba Van Gogh. En este nuevo film Van Gogh en la puerta de la eternidad, el pintor y cineasta Julian Schnabel nos sumerge en la vida de Vincent van Gogh durante su exilio auto impuesto en Francia, específicamente en Arlés y Auvers-sur-Oise, los últimos meses de su vida, enfermo, pobre y encerrado en un asilo mental. Schnabel elige momentos clave en la vida del pintor, conversaciones con su hermano Teo y la cámara en mano que se transforma en un compañero de viaje que presenta los estados de excitación o de profunda depresión del pintor, su nula capacidad de congeniar con las personas a su alrededor, y el terrible dolor que le significa perder a Paul Gauguin, una de las pocas personas que pudo comprenderlo. La minuciosidad técnica y el interés del director por los detalles sumado a la cámara en mano nos hace mirar con los ojos de Van Gogh, para intentar entender que el artista No pintaba el objeto o la persona que tenía delante sino la experiencia que vivía con ellos, el momento que compartían, el recuerdo que le quedaría. Willem Dafoe hace una memorable interpretación, que la valió una merecida nominación al Oscar, del pintor, dotando de profundidad, matices y naturalidad a su personaje y sumergiendo al espectador en la mente atormentada de este artista castigado por la incomprensión del mundo, su creatividad excepcional, su inconsolable sensación de fracaso al no conseguir vender ni uno solo de sus cuadros, sus estancias en manicomios, su exaltación ante los paisajes y su consecuente suicidio. El simple sonido de la naturaleza y sonidos muy cercanos al silencio, combinados con destacados diálogos que logran cuestionar temas tan ambiguos como la existencia de Dios, el arte y la muerte, son algunos de los méritos de este film que reflexiona sobre el arte, sobre la creación y su innegable aspiración de dejar un legado. Pero cuyo mayor logro es conocer mas sobre el brillante y tortuoso Van Gogh y devolver a este icono de la pintura y el arte el valor de genio que merece.
Tras las dos entregas de La gran aventura de Winter el delfín, Charles Martin Smith sigue hermanándose con el reino animal adaptando otro bestseller de Bruce Cameron -el mismo autor de La razón de estar contigo que tuvo su versión cinematográfica en 2017 dirigida por Lasse Hällstrom-, esta vez con la aventura de una perra pitbull que tras ser separada de su adorado dueño se embarca en un épico viaje de regreso a casa atravesado medio país, transformando la vida de diferentes personas y adoptando a una puma bebé con la que establecerá una gran amistad. Retomando algunos elementos estéticos y narrativos de films anteriores -como usar la voz humana para transmitir los pensamientos del animal- Mis huellas a casa podría fácilmente relacionarse a la producción de Disney El viaje increíble -1963-, en la que un gato siamés, un Bull terrier y un labrador emprendían un viaje de 400 kilómetros a través de las montañas de Canadá para reencontrarse con sus dueños. Pero en esta ocasión muchos diálogos más allá de ser tiernos llegan a ser superfluos y por ratos innecesarios, sumados a personajes estereotipados políticamente correctos y pocos sutiles -una pareja interracial gay, un mendigo, veteranos de guerra, el villano de la perrera, etc-, adornados con preciosos paisajes y un gran abuso de la música para activar el lagrimón. A pesar de todos sus clichés, el fallido diseño digital de algunos animales que resultan demasiado artificiales y la superficialidad de los temas, resulta suficiente para un público infantil que disfrutara de las monerías del animal y emotivos momentos que enfatizan el poder del amor incondicional entre un perro y su dueño. Un film inclusivo con un final emotivo, cuyo efecto depende de tu amor a las mascotas.