Crónica de un niño (no tan) solo
Al holandés Boudewijn Koole le importó un pepino el consejo de Alfred Hitchcock (“Nunca se te ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton”) y en su primer largometraje de ficción, que se estrena comercialmente dos años después de haber pasado por el BAFICI, cuenta una historia protagonizada por un chico de unos diez años y un pájaro (por suerte para él, Laughton ya no está disponible).
Una decisión que, además de las dificultades técnicas que implica, es todo un riesgo narrativo, porque conlleva el peligro de hacer una película edulcorada y/o lacrimógena. Sobre todo si se tiene en cuenta que Jojo, el chico en cuestión, padece a una madre ausente y un padre deprimido y furioso por esa ausencia, y encuentra en el ave a la compañera perfecta para mitigar tanta soledad.
Pero según contó en entrevistas, el amor de Koole por el cine empezó por el documental y es, además, un admirador de Ken Loach y de los hermanos Dardenne. Consecuente, aplica el arte del británico y los belgas para filmar ficción con un registro documental. Y entonces Aprendiendo a volar (una cursilería que nada tiene que ver con Kauwboy, el título original; kauw es grajilla en holandés) no tiene golpes bajos ni emociones subrayadas. Las acciones del nene y la grajilla (un pájaro de la familia del cuervo, que puede ser domesticado) hablan por sí solas.
La maestría de Koole se nota también en la dirección de actores. Y en este punto hay que destacar la actuación de Rick Lens, un chico que, como el director, también participaba de un largo de ficción por primera vez. Después de un exhaustivo casting que duró seis meses, fue elegido entre 300 nenes, y se nota por qué: es sencillamente extraordinario. Aunque está en todas las escenas, nunca sobreactúa ni queda fuera de registro, y combina con una naturalidad asombrosa salvajismo, inocencia y ternura. Su coequiper, la grajilla, lo acompaña a la par: ver para creer lo expresivo y compañero que puede resultar un pájaro.