Aprendiendo a volar es la opera prima del holandés Boudewijn Koole, ganadora en el Festival de Berlín y con otras nominaciones en su haber, que nos sumerge en la vida de un niño que debe afrontar el duelo por la muerte de su madre. La temática de la ausencia o la pérdida de los padres parecería ser un tema recurrente de algunos de los mediometrajes y cortos del director, como sucede en Drawn Out Love (2007) o en Off Ground (2013). La película es bella y, aunque intentemos retener el llanto, logra que las lágrimas salten involuntariamente como resortes desde los ojos. Los momentos más emotivos son los que se detienen en el vínculo filial que establecen el niño con el animalito, un pájaro que termina siendo el mejor elemento narrativo de la película, pero no exageremos, que tampoco estamos hablando de la audacia narrativa del cuervo de Pajaritos y pajarracos.
La psicología de los personajes de Koole es Freud de bolsillo. Esto carcome la verosimiltud de los personajes que sin duda responden a un cine que prioriza las relaciones causales claras y guarda recelo frente a la posible ambigüedad de las situaciones que expone. Todos los vínculos que se van presentando a lo largo de la película tienden a la simplificación, entonces se puede predecir muy fácilmente qué es lo que va a pasar y no hay lugar para la intriga, que no puede concretarse por los problemas de construcción de la trama. La forma en que se muestra por primera vez a la madre del protagonista —sólo en imágenes— y el tipo de interacción que se plantea entre ellos —unilateralmente telefónica, ya que sólo habla el niño— refuerza un tipo de ausencia más análoga a la de la muerte que a la de una gira musical. Algo así pasa con la escena de la muerte del pájaro: la abrupta resolución sólo sirve para que el padre se redima con el hijo y no vuelva a maltratarlo nunca más. El desenlace del vínculo que se recompone de un momento a otro hace que las escenas de violencia (la cachetada, la trompada, la indiferencia, la olla de fideos estrellada contra la pared) sean un golpe bajo efectista que linda con la indecencia.
Los desencuadres y los primerísimos primeros planos son puro deleite visual, y aunque cumplen a la perfección con lo estéticamente bello, se olvidan de que pueden decirnos algo más. Aprendiendo a volar construye un discurso conservador (resuena el eco del there’s no place like home, quizás una de las frases más reaccionarias del cine) disfazado de, para seguir con las expresiones políticas, una visualidad progre.