Un chico frente a la ausencia de su madre
Jojo (deslumbrante Rick Lens), diez años, es un chico solitario y arisco. Vive solo con su padre (Loek Peters), quien es guardia nocturno y no está muy presente, y cuando lo está, es presa de repentinos estallidos de violencia. Su madre cantante está de gira en los Estados Unidos y no se sabe bien cuándo volverá, y, de hecho, rápidamente se sospecha que nunca volverá. Un día, encuentra a un bebé granilla caído del nido. A escondidas, porque para su padre los animales no tienen su lugar en una casa, empieza a criarlo. El pequeño animal se volverá su principal compañero de juego, llenando el vacío lleno de dolor dejado por la ausencia de su madre. En realidad, el ave será mucho más que eso. Permitirá a Jojo aceptar la ausencia de su madre, al padre superar su enojo y a los dos reparar el vínculo que los une y reconstruirse como familia.
Aprendiendo a volar cuenta cómo un chico afronta la dureza de la vida y la fragilidad de los adultos. Lo hace con una gran ternura, gracias a la mirada comprensiva de un adulto que todavía tiene la mirada de un niño, el director holandés Boudewijn Koole. En relación a eso, es emblemática esa escena donde Jojo, enojado con su padre, le apunta con sus pequeños soldados de plástico desde el borde de su ventana.
Abrazando los movimientos cotidianos de ese chico desbordando de vida que busca domesticar su dolor, entre partidos de waterpolo y salidas en el campo con su ave revoloteando, la cámara a veces se hace vivaz, a veces se congela en preciosos instantáneos fotográficos. Los tonos azul verde de las imágenes y la música folk de Ricky Koole que las acompaña operan como bálsamos tranquilizadores y, en algunos momentos, el relato casi se torna en una elegía.
Es todo un logro por parte de Boudewijn Koole transmitir con gran sensibilidad, gracias a una puesta en escena delicada y la actuación impresionante de su joven intérprete, cómo un niño pasa por el duelo de un ser muy querido.