VERTIGINOSIDAD APARENTE
“El póker no es un juego de azar, es un juego de habilidad”. Lejos de restringirse a la práctica de naipes, la frase se aplica también a la construcción del filme pero con una salvedad: ya no se trata de destreza, sino de desacierto, sofoco y cansancio. Es que el despliegue de estrategias narrativas, visuales y estéticas del director Aaron Sorkin desgasta cualquier factor vertiginoso atosigándolo con diálogos pesados, grandes explicaciones y escenas repetidas; un combo que debilita la trama volviéndola monótona e insistente.
Estos problemas se refuerzan debido a la organización del relato, es decir, una propuesta tripartita articulada con flashbacks para caracterizar a Molly Bloom desde el único lazo con su padre: la formación de una ganadora. De esta forma, la primera fase se centra en los entrenamientos de esquí durante la infancia y adolescencia para participar en los Juegos Olímpicos y el abandono del deporte por una grave lesión en la columna.
La segunda etapa aborda la independencia familiar, los primeros trabajos, el ingreso al mundo de las apuestas y una nueva caída propiciada por el jefe. Por último, el restablecimiento de cierto poder, la elaboración de sus propias reglas, un sostenido ascenso, drogas, nuevos ricos mafiosos –parece increíble que alguien tan astuta como ella desconociera con quien trataba– y una rápida caída.
La oscilación permanente entre éxito y deterioro no hace más que remarcar la ausencia del vínculo con el padre y la necesidad de obtener algún reconocimiento por cuenta propia para aliviar dicho vacío; un elemento constante de Apuesta maestra que cierra su círculo en una de las últimas escenas de una forma un tanto previsible.
En este caso, falló la maestría y hasta el azar del relato transformándolo en un exceso de justificaciones y monólogos a tal punto que ni siquiera Bloom pudo sortear las adversidades de una mano que prometía ser una escalera real y, por el contrario, debió descartar.
Por Brenda Caletti
@117Brenn