Las cartas sobre la mesa
Aaron Sorkin debuta en la dirección con una historia de ascenso y caída en el mundo del poker clandestino que es una síntesis de sus virtudes y defectos.
En una de las escenas finales de Apuesta maestra, la protagonista Molly Bloom (Jessica Chastain) dialoga con su padre Larry (Kevin Costner) en un banco del Central Park, de noche. Se reencuentran después de muchos años de estar alejados. Ella está esperando que su abogado Charlie Jaffey (Idris Elba) logre un buen arreglo con el fiscal que la acusa de haber montado el juego de poker clandestino más grande de los Estados Unidos y de tener contactos con la mafia rusa; él es un psicólogo que la sobreexigió cuando era adolescente (a ella y a sus dos hermanos) y ahora quiere recomponer la relación y ayudarla.
La escena es larguísima, dura casi ocho minutos, y es un duelo verbal entre dos personas muy inteligentes, que se chicanean pero en el fondo se quieren. En un momento, Larry le dice a su hija: “Vamos a hacer tres años de terapia en tres minutos, voy a hacer lo que todos los pacientes siempre les piden a los terapeutas que hagan: te voy a dar todas las respuestas”. A esa línea de diálogo, ante la que cualquiera que haya hecho un poco de terapia seguramente sonreirá amargamente, le sigue un ida y vuelta que por un lado es delicioso en sí (realmente lo seguimos como si viéramos un partido de tenis) pero por el otro, si lo miramos en el contexto de la historia, es demasiado explicativo. Larry (es decir, el director y guionista Aaron Sorkin, que es quien escribe ese diálogo) nos está dando todas las respuestas. Y si bien es cierto que eso es lo que queremos como pacientes, no necesariamente es lo que queremos como espectadores.
Sorkin sabe de diálogos ácidos, agudos e ingeniosos, y la escena captura nuestro interés a pesar de su extensión ridícula. Pero al final, claro, hace una de más, y Larry dice: “Es gracioso cuánto más rápido podés ir cuando no cobrás por hora”. Este comentario es típico de las virtudes y defectos de Sorkin: es demasiado inteligente, le contagia eso a sus personajes, y la tentación de demostrarlo a cada momento va en detrimento de la verosimilitud y también de la emoción. Pero, de vuelta, el resultado no deja de ser casi siempre muy interesante.
Parece mentira, pero Apuesta maestra es el debut de Aaron Sorkin en la dirección de cine. El tipo ya es un veterano de 56 años, creador de la memorable e influyente serie The West Wing (1999-2006), de la más reciente The Newsroom (2012-2014), y guionista de grandes películas como Red social (2010, por la que ganó un Oscar), El juego de la fortuna (2011), Cuestión de honor (1992) y Steve Jobs (2015), entre otras.
La historia que eligió no podría ser más apropiada. Basada en el libro de memorias de Molly Bloom (nada que ver con el personaje de Joyce, aunque es un nombre demasiado pesado como para soslayarlo; después de todo, gran parte de la película transcurre con la voz en off de Molly, un poco a la manera del famoso soliloquio), cuenta la historia de una chica tan inteligente como ambiciosa que después de un accidente de ski que la aleja de la competición profesional, se va a vivir sola a Los Angeles y medio de casualidad entra en el mundo de los juegos clandestinos de poker.
Es la clásica historia de ascenso y caída como El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013) o la más reciente Barry Seal: Solo en América (Doug Liman, 2017), o incluso Buenos muchachos (Scorsese, 1990), pero está contada en dos tiempos, alternadamente. Por un lado, el ascenso, es una película frenética con un relato en off bien sorkiniano en el que Molly Bloom se luce con sus comentarios sarcásticos y, si miramos el vaso medio vacío, un poco sobreescritos. Cuando Molly se pelea con Player X (Michael Cera), un actor muy famoso que participa de su juego y que atrae a muchos otros jugadores por su fama, dice “I couldn’t loose to that green-screened little shit”. Posible traducción: “No podía perder contra esa mierdita de pantalla verde”, haciendo alusión con esa palabrita doble (green-screened), gracias a la magia del inglés, a la técnica audiovisual del croma, en la que se filma a un actor con una tela o pared verde atrás y después en la posproducción se agregan los escenarios. Una manera extraordinaria y muy concisa de basurear al personaje.
Por el otro lado, alternadamente, Sorkin narra la relación entre Molly y su abogado cuando, años después de la caída, se prepara para defenderla en el juicio. Esa otra película es igual de frenética y veloz, aunque no por el montaje o el relato en off, sino por los diálogos filosos entre ellos, de un ida y vuelta desaforado, que, otra vez, muchas veces están sobreescritos y son demasiado vivarachos.
Apuesta maestra de todas maneras es una película entretenida y apasionante, con una Jessica Chastain memorable (la suya es una de las ausencias importantes en las nominaciones al Oscar) que a pesar de que muchas veces tiene que sortear esos diálogos tan difíciles, logra darle a su Molly Bloom esa mezcla perfecta de mujer fuerte y bella, que a la vez se aprovecha de su belleza pero que también es víctima de ella en ese mundo de hombres poderosos que han tomado demasiado whisky.
Claramente Sorkin-director es menos potente que Sorkin-guionista, y a pesar del ritmo que logra imprimirle a la película, está lejos de esas grandes secuencias de droga y paranoia de, por ejemplo, la ya mencionada Buenos muchachos. Molly Bloom hace muchas referencias a la droga que consumía hacia el final, pero esto no pasa del plano del discurso. Apuesta maestra es entretenida, sí, pero pudo haber sido mucho mejor. Probablemente Molly y su padre, tan exigentes consigo mismos y con los demás, no la aprobarían del todo.