La costurerita que dio el mal paso
Versión megalómana de “la costurerita que dio el mal paso”, Apuesta maestra es la historia de una chica inteligente, de buena familia, con una carrera exitosa en los deportes y un futuro universitario promisorio, que sin embargo termina enredada en problemas mayúsculos a partir de algunas decisiones que deberían haber sido más meditadas. Siendo reduccionistas, más o menos así es el camino que recorre Molly Bloom. Hija de un prestigioso psicoanalista, esquiadora profesional y a punto de entrar a estudiar derecho, Molly sufre un terrible accidente durante las pruebas clasificatorias para los Juegos Olímpicos de invierno, en una de las disciplinas más peligrosas de slalom en velocidad. Ese accidente cambia su vida y es el punto de partida de esta historia elegida por el exitoso guionista Aaron Sorkin para comenzar su carrera como director.
La decisión resulta lógica: Apuesta maestra es una película de guion, una de esas en las que los personajes hablan rápido y mucho. En primer lugar como vehículo expresivo de personajes ingeniosos (avatares del ingenio del guionista), pero también porque hay muchas cosas que, a falta de un recurso narrativo menos literal, necesitan ser explicadas de forma clara y directa. ¿Es decir que muchas veces los personajes que parecen mantener un diálogo en realidad están explicando algo que sería imposible que el espectador entendiera a partir de la simple acción? Algo así. Hay todo un subgénero de películas de este tipo y Sorkin se especializa en ellas. Basta mencionar sus antecedentes para saber de qué tipo de película es Apuesta maestra. Sorkin fue el guionista de West Wing, serie que marcó su época justamente por la agudeza de sus guiones; ganó un Oscar por Red social (David Fincher, 2010) y fue nominado por El juego de la fortuna (Bennett Miller, 2012). Que su trabajo como guionista haya recibido una nueva nominación por esta película habla de la habilidad con que el hombre maneja los hilos de su oficio.
Pero no todo es explicación en Apuesta maestra. Sorkin consigue generar intriga para contar la historia de Molly, que a partir del accidente y como una inconsciente forma de oponerse a los designios de un padre exigente y controlador, decide mudarse a Los Angeles para trabajar de camarera en un bar de moda. Ahí conoce a un buscavidas “hi class” que nunca se sabe bien cómo gana el dinero, pero que la convence para que trabaje como su secretaria privada. A través de él comienza a organizar juegos de póquer que son clandestinos pero sin llegar a ser ilegales, a los que su nuevo jefe convoca a estrellas de cine, empresarios, deportistas y músicos famosos. Una forma de ganar mucha plata simplemente dejando que sean los demás quienes la pierdan. Pero su jefe es lo que en castellano rioplatense se denomina un sorete y Molly termina quedándose con su agenda de contactos para organizar sus propios juegos. Por supuesto, terminará involucrada con gente que hubiera sido mejor no conocer, dando pie a una segunda trama policíaco-legal que abona a otro popular subgénero: las películas de juicios.
Sorkin se las arregla para que Molly y muchos de los personajes con los que se cruza resulten atractivos a partir de sus lenguas filosas, capaces de responder en velocidad como si todos fueran dueños del ingenio de un gran guionista. Lo cual es cierto. Apuesta maestra se mueve rápido y no da respiro, pero Sorkin también tiene la inteligencia de parar la pelota en momentos clave y contrabandear escenas de gran carga emotiva. Como la charla que Molly tiene con su padre (Kevin Costner siempre cumple), que por sí sola consigue sumarle a los personajes, en este caso padre e hija, otro nivel de lectura, una nueva dimensión que los aparta de la literalidad y los vuelve más profundos. Humanos.