Apuesta maestra

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

GANADORA

Aaron Sorkin es un brillante guionista. Pero no lo es solamente porque sus diálogos son una delicia para la lectura y denotan que quien los escribe es alguien con una enorme inteligencia y conocimiento. Lo es también (y principalmente) porque en sus guiones, más allá de toda la parafernalia dialoguista, hay una comprensión cabal de la materialidad del cine, de cómo es un arte que se construye a partir de lo espacio-temporal y el movimiento, con el montaje como factor clave.

Pero además, las líneas que vierten los personajes de films como Steve Jobs, El juego de la fortuna y Red social pueden verse como declaraciones de principios individuales y al mismo tiempo como apuntes socio-políticos. En los guiones de Sorkin conviven lo particular y lo general, una mirada a veces desesperanzada pero en otras ocasiones optimista, sobre Estados Unidos como país, como estructura social e histórica, como construcción simbólica. Sea desde la amargura, el cinismo, la esperanza o el idealismo, Sorkin se revela como un patriota, pero no de ese tipo de patriotas a lo Michael Bay -más preocupado por emocionarse frente a la bandera y alabar a las instituciones militares-, sino como esos patriotas que piensa en ese Estados Unidos que más que una Nación o una potencia, es una idea; en la “América” de los Padres Fundadores, de Lincoln, la de los ideales de integración y libertad, la que se puso de pie para luchar contra los totalitarismos; la que hace de la libre competencia una virtud; la que apoya a los innovadores; la que sale a ganar y, por ende, gana.

Creo que vale la pena recordar todo esto sobre el guionista porque Apuesta maestra, su debut en la dirección, es un Sorkin elevado a la enésima potencia, tanto desde lo formal como desde lo temático. El “fuck you” con el que termina el primer monólogo de Molly Bloom (Jessica Chastain), cuando tras una milagrosa recuperación ve frustrada definitivamente su carrera como esquiadora en un insólito accidente, es también pronunciado, tras bambalinas, por el propio Sorkin. Es como si el tipo nos dijera “¿No te gusta mi estilo verborrágico? ¿No te cae bien mi montaje a hachazos y a mil por hora? ¿No te cierra mi punto de vista sobre el mundo? Jodete”. Y eso es sólo el principio: a partir de ahí, el realizador se fusionará con Molly y su juego, con ese recorrido vertiginoso por el cual llegó a manejar el juego de póker más exclusivo y de mayor volumen de dinero del mundo, hasta que se metió en problemas con las drogas, unos cuantos famosos, las mafias y el gobierno estadounidense.

A lo largo de Apuesta maestra, Sorkin se revela como una especie de mezcla de Martin Scorsese y David Fincher, pero desde una postura tangencial, entre interpeladora y cuestionadora. Molly podría haber sido un personaje de Casino o El lobo de Wall Street por sus tendencias conflictivas y autodestructivas; y de Red social o Perdida, por las enormes dosis de cinismo y rencor que posee; pero a la vez sale de esos lugares. Ese corrimiento se da por dos factores: porque es una mujer en un mundo de hombres, capaz de delinear un rumbo propio sin abandonar su feminidad; y porque siempre se apoya en el valor de su palabra, en su honestidad a la hora de afrontar los distintos dilemas que se le presentan. Y es ahí donde surge el cruce entre lo particular y lo general: las acciones de Molly están marcadas por un conflicto no resuelto con un padre (Kevin Costner) tan exigente como inconformista; pero también por la colisión con un país, que desde sus instituciones, alimenta la idea de la competencia permanente pero luego persigue sin hacerse cargo de lo que genera.

Esa idea de competencia que trabaja Sorkin desde el personaje de Molly es particularmente atrayente. Quizás lo que más le interesó al realizador de la historia de Molly es que es una mujer que se hace cargo de la existencia de reglas determinadas -incluso cuando las rompe- y que le pide lo mismo a los demás, lo que incluye a su abogado (Idris Elba) pero también al gobierno norteamericano. En Apuesta maestra, lo lúdico no es visto como algo inocente, sino como un terreno donde se explicitan éticas determinadas y una moralidad que marca la pauta. La victoria o la derrota no son fruto de la casualidad, sino de la causalidad: están asociadas a posicionamientos, al cumplimiento de normas, a la forma en que se juega.

Por eso también las victorias o derrotas de Apuesta maestra no son casualidad. Sorkin filma de la misma forma en que piensa el juego: va para adelante con total honestidad, con arrojo casi desenfrenado, atacando con todo lo que tiene y sin dejar nada (ni nadie) atrás. De ahí sus errores: por momentos se regodea en los manierismos del montaje, explica (o remarca) demasiado y pierde el hilo narrativo pertinente. Pero cuando acierta, son golazos, y eso se nota especialmente en las actuaciones: si la nobleza de Elba y Costner (ambos interpretando a hombres extremadamente profesionales y rigurosos) es a prueba de balas, la forma en que Chastain le pone el cuerpo a la película es granítica y apabullante.

Apuesta maestra es un film demandante, incluso agotador, pero no sólo desde lo formal. También implica un grado de atención mayúsculo porque es esencialmente un cuento moral, un retrato individual y social, y la concreción de una tesis política. Sobre el final, Molly dice “soy difícil de matar”: esa frase es un autorretrato pero también el resumen de la mirada de Sorkin sobre Estados Unidos. Es la idea, la aspiración de una nación, con la consciencia de que esa expresión de deseo muchas veces choca con la realidad de un país que perdió su esencia y hasta es expulsivo, pero quizás pueda volver a ser, que tiene la capacidad y la motivación para levantarse, barajar de nuevo y volver a convocar a los mejores. Es la América que, aún en la derrota, descree de la noción del “ganador moral”, porque en lo que verdaderamente cree es en salir a ganar en serio, a competir a fondo, en ser el mejor. Molly es América, la América de Sorkin, la que compite, la que da todo de sí, resurge de sus cenizas y, finalmente, triunfa.

Y si no te gusta esa idea de América, fuck you.