Nada de azar
Las historias de apostadores ya pueden considerarse un género en sí mismo. El joven ingenuo que ingresa en ese universo, metiéndose en problemas con la ley y con la mafia al toparse con el magnate que domina el lugar donde sólo sobrevive el más listo, es una trama repetida hasta el hartazgo (con aprendizaje moral incluido). Apuesta máxima (Runner runner, 2013) es exactamente eso, sin ningún tipo de variante, volviéndose convencional, predecible y por ende aburrida.
La historia nos trae a Richie Furst (Justin Timberlake) quien realiza apuestas vrtuales con los estudiantes de la universidad para poder pagar sus estudios. ¿Lo que hace es legal o no? ¿Está bien moralmente hablando o no corresponde? Dilema planteado Richie viaja a Costa Rica, un paraíso para los yankies, donde predomina el juego, la corrupción y las prostitutas, siempre rodeados de hermosas playas naturales. Richie se encuentra con Iván Block (Ben Affleck), el poderoso empresario que monopoliza el negocio del juego virtual, y comenzará a trabajar para él, pero tarde o temprano descubrirá que la persona a la que ha idealizado no es tan amistosa como creía. Cualquier parecido con Wall Street (1987) es pura coincidencia.
Todo será lindo y atractivo en la primera mitad para tornarse feo y turbio en la segunda. Entonces la película comienza con el discurso en off plagado de relatividad moral del personaje principal, para generarnos empatía con él. La puesta en escena publicitaria nos vende el atractivo del lugar que dejará impactado al protagonista: paisajes naturales, fiestas filmadas estilo publicidad de Gancia y prostíbulos llenos de chicas que disfrutan estar ahí. Toda una tentación del mundo materialista.
El giro de la trama hacia la mitad torna a la representación bruscamente negativa: el carismático empresario se torna misteriosamente malvado, las tonalidades se vuelven oscuras, se enfocan paredes decadentes (de esas que hay en el Tercer Mundo), los centroamericanos empiezan a traspirar y dejar de ser serviciales para volverse violentos, etc. Bajo ese manto “aleccionador” la trama pretende ser más realista y continúa siendo puro estereotipo, inverosímil y con un mensaje cargado de moralina barata.
En definitiva, Apuesta máxima cambia el escenario de Las Vegas o Wall Street por Costa Rica, pero sigue reproduciendo la misma historia de ambiciones y sus riesgos, sin ninguna vuelta de tuerca atractiva y subestimando al espectador con discursos viejos y a esta altura, nada creíbles.