Richie (Justin Timberlake) estudia en Harvard una carrera relacionada con el marketing y la administración. Es un joven típico de esta época de redes sociales, mundo globalizado y un sin fin de opciones para hacer dinero si uno busca la oportunidad y sabe aprovecharla. Sin dudas una extrapolación del “American Dream” que ya no parece tener lugar en el mundo real. Richie conoce muy bien el negocio de las páginas de Internet dedicadas a todo tipo de apuestas. En especial aquellas orientadas a jugar al poker o al black jack on line. Curro fácil si los hay, nuestro protagonista cobra dinero sólo por lograr una numerosa cantidad de adeptos que eventualmente caerán en el costado vicioso del asunto. El montaje inicial de varios noticieros e informes periodísticos sobre la adolescencia y el juego sientan la base principal y el contexto utilizado por el guión para sostener la historia. Este estilo de presentación para “poner en tema” al espectador lo vimos ya tres veces en 2013. Dos minutos de flashes televisivos y bajada de línea casi calcados: “Guerra mundial Z” (2013), “El ataque” (2013) y la que es objeto de este comentario, “Apuesta máxima”.
Necesitamos un conflicto. Un “quiero pero no puedo”. Richie no anda bien económicamente y necesita de esta actividad para costear sus estudios y terminar la carrera. Advertido por el rector, a nuestro muchacho no le queda otra que probar su propia medicina. Llegado a este punto no conviene preguntarse demasiado. El espectador que lo haga propondrá en su mente no menos de cuatro o cinco opciones que la extrema de jugar todos los ahorros porque el guión falla en establecer sólidamente “la espada y la pared” necesarias para justificar las acciones del protagonista.
Todo esto sucede bien rápido para no dar lugar al funcionamiento del sentido común, de modo que la tangente por la cual se escapa el argumento es la estafa. Alegando conocer muy bien el funcionamiento de este sitio web, Richie se sube a un avión con destino a Costa Rica para conocer y denunciar a Ivan Block (Ben Affleck), dueño de la página y tan multimillonario como nómade según pinte la necesidad de trasladar su negocio a paraísos fiscales sin legislación alguna sobre el tema. El pasaje seguramente se lo regalaron por ahí porque recordemos: el protagonista pierde TODOS sus ahorros apostando. Pero no importa, si no se sube al avión se termina la película y sólo van doce o quince minutos de proyección.
El dueño del circo no sólo no echa a patadas al joven si no que además lo contrata para trabajar con él. Luego veremos por qué, y si hay alguna damisela en cuestión en el medio como para apoyar la trama.
“Apuesta máxima” es otra producción al servicio de instalar la figura de Justin Timberlake como una de las opciones de galán moderno. El ex integrante de los Backstreet Boys se las arregla para ofrecer credibilidad a su personaje., igual que los restantes integrantes del reparto.
Sucede que además de prorratear un desenlace, el realizador corre constantemente detrás de su personaje principal en lugar de tomar las riendas y dejarlo liderar el relato. Así, las situaciones se van volviendo un tanto inverosímiles, en especial aquellas que intentan instalar autoridades displicentes y funcionarios que se mueven al compás del soborno.
Por otro lado, la decisión de no moverse ni un centímetro de la estrella principal conspira contra la construcción del villano quien termina siendo débil y hasta condescendiente. Algo similar sucede con los otros personajes, algunos de los cuales desaparecen por largos minutos diluyendo la importancia de su presencia en el relato. Por todo esto, el producto final apenas califica como un entretenimiento apoyado en la dinámica del montaje, cierta habilidad para el manejo de algunos climas y lo poco que Brad Furman, director de la interesante “Culpable o inocente” (2011), le deja hacer a Ben Affleck. Todo espectador se la juega cuando paga su entrada si el asunto es contar con las mejores chances, “Apuesta máxima” no es ninguna “fija”.