Un juego demasiado virtual
Me encantan las películas ambientadas en casinos. También aquellas en las que hay partidas de póker o dados o una ruleta, aunque no estén ambientadas en un casino. Me atrae ese juego de miradas, de tensiones, de momentos cinematográficos pautados por el montaje. Hay inteligencias en juego, personajes que se definen por acciones, ansiedad controlada o no. Hace poco vi un capítulo de esa magnífica serie que es Boardwalk empire en el que uno de sus personajes más encantadores, Arnold Rothstein, siempre cerebral y medido, quedaba al descubierto en una partida de póker. Era un momento revelador. En fin, que ese universo resulta apto para el cine a pesar de ser un mundo quieto, básicamente porque las emociones están encapsuladas y puestas a descifrar con pequeños gestos. Esos que sabe exhibir el buen cine. Por eso tenía cierta ilusión respecto de Apuesta máxima, film centrado en el universo de las apuestas online, protagonizado por uno de esos actores subvalorados y con mucha energía de la buena como Justin Timberlake, y dirigida por Brad Furman, quien con la atractiva Culpable o inocente había sorprendido gratamente. Pero olvídense de lo dicho: todo está mal, la película, Timberlake, Furman, obviamente que Ben Affleck. Todo. Muy mal.
Apuesta máxima es de ese extraño tipo de películas que están mal al segundo uno, y nada se acomoda con el pasar de los minutos. No hay forma de explicarlo: un plano, dos planos, una escena, que sentencian para siempre las cosas. La película de Furman falla olímpicamente en todos los terrenos posibles, y es llamativo porque había dos territorios en choque que podían garantizar un film interesante, sibilino, cínico, ágil, como había sido la anterior de Furman. Por un lado tenemos el gueto universitario, gente que se dedica a jugar póker online para pagar sus estudios; por el otro el mismísimo gueto de las empresas que administran sitios web de apuestas. Si uno piensa en la colisión que daría como resultado, se va refregando las manos. Un sistema de legalidades dudosas al servicio de causas justas, contradicciones del sistema, nuevos-nuevos ricos, el juego online como una forma de blanquear y hacer más invisible y social una adicción: ¿Red social meets Casino?
Y sin embargo, nada de esto se desarrolla en la película. Es como si Furman y sus guionistas Brian Koppelman y David Levien (especialistas en la timba cinematográfica, ya escribieron Apuesta final y Ahora son 13), ante todas las posibilidades que se les abrían optaron por lo peor: el mero thriller canchero con vueltas de tuerca y trampa tras trampa, que incluye el triángulo amoroso menos interesante en años. El problema es que ni siquiera funciona como eso porque hay un villano mal construido por Affleck, Timberlake falla en eso que sabe hacer de taquito (lo suyo es lo cool vertiginoso), y a Gemma Arterton no le va demasiado bien con su femme fatale. Al fin de cuentas uno descubre que el problema de Apuesta máxima, es que por tratarse del mundo de las apuestas online en definitiva no vemos a nadie jugando. Y sólo Scorsese en Casino puede hacer una película de timba sin timba y que sea interesante. En Apuesta máxima se habla de millones, de listas numerosas de jugadores, de jugadas, pero se ven pocos paños verdes, pocas fichas, pochas ruletas. Y una película de juego que no exhibe el juego pierde una ocasión invalorable de desarrollar rivalidades en miradas y naipes, sin tener que caer en diálogos de cartón como estos.
Rara vez aquellos que juegan online a la ruleta o al póker pueden desarrollar el mismo talento en el espacio de un casino, fundamentalmente porque se atan a fórmulas matemáticas sólo aplicables en ese universo cómodo y virtual. En el juego, en lo físico, en el vértigo de la acción no es lo mismo. Como esta película, que estaba bien en los papeles (los actores ideales, el director justo, los guionistas que conocen el terreno) y se desinfla ni bien alguien puso la cámara y comenzó a rodar.