La nueva Cuba libre
Decir que el guión de esta película es patético y que está cargado de estereotipos ahorra bastante en palabras y sintetiza de cierta manera este aburrido film, Apuesta máxima, que solamente puede explicarse desde el punto de vista comercial porque es indefendible desde cualquier otro margen de análisis.
Parece que Ben Affleck intentó meter mano en el guión para arreglar algo pero se quedó corto y solamente se explica su participación por el simple hecho de conseguir plata fácil para autofinanciarse con sus proyectos inteligentes. Lo de Justin Timberlake es esperable dado el limitadísimo potencial actoral y la presencia decorativa de la sexy Gemma Arterton es eso: decorativa.
La trama es básica y se rige por la lógica binaria corruptos y no corruptos; entre los personajes se disputan la jactancia de quién es más vivo que el otro en un juego muy mal desarrollado de lealtades y traiciones entre el protagonista, un estudiante de economía de la prestigiosa universidad de Princeton que para costearse la carrera levanta apuestas por internet y una vez atrapado por el decano decide jugarse su suerte enfrentándose nada menos que al millonario cool, dueño de negocios de apuestas ilegales en paraísos fiscales como Costa Rica –escenario donde transcurre la acción- para echarle en cara que su sistema hace trampa y así ganarse un lugar y la confianza para formar parte de esta empresa.
Así, el antagonista, interpretado por un Ben Affleck más preocupado por cobrar el cheque que por actuar, le demuestra que por algo es el número uno dentro del megamillonario negocio hasta que su número dos, el ambicioso estudiante de Princeton, lo supere valiéndose de las mismas reglas del juego.
Por supuesto aparecerá la pátina de corrupción tercermundista de trasfondo; los agentes del FBI honestos y patriotas y toda la sarta de lugares comunes sumada a la insoportable banda sonora latina y colorinche.
Parafraseando, en este tedioso juego de naipes las cartas están tan marcadas que apostar una entrada es perder el dinero.