LA PERVERSIÓN DE TRANSGREDIRSE A UNO MISMO
“Nunca olvidarás esta noche o con quien estuviste: conmigo, con Vince, con Violet. Incluso si nunca nos vuelves a ver, nunca nos vas a olvidar”. Con su sentencia, Colin estaba en lo cierto porque ninguno de los cuatro jamás borraría de su memoria el proceso de pruebas y apuestas pero mucho menos el cruento desenlace. Porque, justamente, la pregunta que se repite (en principio de forma explícita y luego tácita) es: ¿hasta dónde sería una persona capaz de llegar por dinero?, de la cual se desglosan: ¿Existe algún límite? ¿Cómo adormecer la culpa o el remordimiento?
El director E. L. Katz deja en claro con su ópera prima Apuestas perversas (Cheap Thrills), que los arrepentimientos dominan a los perdedores o débiles mientras que los triunfadores son los temerarios o, por lo menos, aquellos que pretenden serlo en situaciones extremas.
Craig Daniels (Pat Healy) es un escritor frustrado y padre de familia que se gana la vida en una estación de servicio. El mismo día que quiere pedir un aumento de sueldo lo despiden y, además, encuentra una notificación de desalojo. Desesperado, Craig va a un bar y allí se encuentra con su viejo amigo de secundaria Vince (Ethan Embry). Sin embargo, lo que al principio simula un reencuentro entre viejos skaters, se torna oscuro y siniestro cuando Vince es invitado por una pareja a compartir unos tragos. “Se sienten solos y buscan compañía”, le dirá a su amigo de lentes Craig.
Entonces, Colin (David Koechner) y Violet (Sara Paxton) comenzarán un juego de apuestas que atrapará a estos dos perdedores. En un principio, serán livianos como dejarse pegar por una mujer o terminar antes un trago pero, con el correr de la noche, la codicia y la desesperación reformularán las reglas y adormecerán la moral.
El director trabaja la transformación de los personajes, tanto psicológica como física, a partir del humor negro y del dinero. Sin embargo, se puede establecer una distinción: por un lado, los amigos y, por el otro, la pareja.
En el primer caso, Vince, que ya se presenta como una especie de matón, deja fluir su verdadera ambición tras el fallido robo a la pareja, no obstante, la última prueba será decisiva en su conformación como personaje. Por el contrario, Craig comienza a cambiar a partir de las bajezas de su amigo y el factor necesidad. De esta manera, se pueden distinguir una serie de etapas por las que atraviesa y que lo predisponen a actuar de manera fulminante.
En el segundo caso, la conversión opera de forma más sutil y como contraste de los anteriores. Colin incrementa los desafíos porque aprende a manejar los motores personales de cada uno. Pero lo más sombrío de este matrimonio es cómo a partir de mensajes de texto implícitos y de las miradas se aumentan las apuestas. Este procedimiento funciona como un pacto que jamás termina de develarse puesto que, ni con las breves explicaciones conyugales ni tampoco al final de la película, se comprende qué buscan con este juego. De esta forma, Violet resulta el personaje más siniestro no sólo porque se revela como la auténtica mente detrás del juego, sino también por la macabra inclinación hacia Craig. Ella articula una red para provocarlo, para quedarse a solas con él o incluso lo reta a tener sexo frente a su marido. Pero pareciera que sus caprichos son efímeros, pues disimula el goce sexual y retorna a su frialdad y al celular.
Un elemento recurrente del filme es la foto y su importancia en tanto documento ya desde el encuentro imprevisto entre los amigos y luego a lo largo de la salida. Estos registros tendrán mayor importancia en una de las escenas finales y funcionarán como una especie de metáfora de la caverna platónica.
Apuestas perversas apunta al extremo, al cruzamiento de los límites, a la violencia y al humor negro como ejes para conformar un tejido complejo pero, al mismo tiempo, fomenta una serie de componentes ambiguos o poco claros que interfieren con la dinámica de la película y provocan un mayor alejamiento del espectador. Entonces, la brutalidad se manifiesta como la excusa y las últimas apuestas se convierten en una seguidilla que hay que cumplir por el simple hecho de que fueron formuladas y no por una iniciativa propia; allí reside esa perversidad del título, en un efecto narcótico de los sentidos o de la moral.
Por Brenda Caletti
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