Por un puñado de dólares
Los manuales sobre cómo escribir un guión vendible encierran entre sus principios básicos una regla que parece infalible: al protagonista de tu historia debe ocurrirle algo en un momento crítico de su vida. Este tipo de libros prescriptivos focaliza su atención en normas para construir una historia como si de mandamientos se tratara y Apuestas perversas, ópera prima de E.L. Katz, hace honor a ello. Y más.
Craig Daniels se llama el protagonista y desde el primer plano ya sabemos que todo va mal en su entorno cotidiano: no puede hacer el amor tranquilamente con su mujer, lo están por desalojar y encima lo echan del trabajo. Esta situación lo conduce a un bar para refugiarse en unas copas. Allí se encuentra con Vincent, un impulsivo compañero de la secundaria. El ambiente, saturado de colores rojos, es un tosco anticipo del infierno terrenal que surgirá a partir del encuentro con una extraña pareja conformada por una especie de diablo mundano que derrocha dinero y una joven blonda. Ambos invitarán a los hombres a su casa y los someterán a un juego perverso que irá creciendo en pruebas riesgosas de mal gusto a cambio de billetes. Esta son las pautas que delatan la intención de esta película de corte independiente: disfrazar de importancia a situaciones dignas de realities televisivos sostenidos en superar obstáculos escatológicos y sadomasoquistas.
Concentrada en pocos ambientes y durante el transcurso de unas horas, la trama deviene como una sucesión de hechos encadenados bajo la lógica de ver quién sufre más. Lejos de hacer partícipe al espectador con la distancia necesaria para pensar siquiera en lo que ve, lo somete a una mirada estéril que pueda regocijarse en el placer gratuito brindado por el sufrimiento cool de los personajes. La cámara nerviosa, el abuso del fuera de foco y la puesta en escena teatral son apenas artilugios formales ahogados por el contenido del film, más preocupado porque se entienda su tesis que por otra cosa. Apuestas perversas coloca la pancarta con el mensaje “el dinero moviliza las pasiones más bajas del ser humano” y no deja lugar a nada más. El inconveniente principal es que para hacer efectivo eso, no puede evadir la lógica televisiva de la competencia y el formato del reality show. De este modo, los personajes son cartones pintados, sin matices, que repiten la misma abulia que los participantes de este tipo de programas. Al margen quedarán todos los temas más interesantes (el desempleo, la violencia social, el lugar del dinero en las relaciones) que la búsqueda de complicidad barata relega para ofrecer esta catarata efectista de sufrimiento gratuito.