La reconstrucción El nuevo documental de Miguel Mato (Yo Sandro, Hambre nunca pasé) se concentra en cuatro comunidades quechuas del altiplano peruano y, específicamente, en un ritual que mantienen vivo hace cinco siglos. Qollana Quehue, Winchiri, Chaupibanda y Choccayhua son los nombres de las cuatro comunidades protagonistas de Apurimac. Año tras año renuevan un ritual que significa la unión de los pueblos que de otra manera estarían desconectados entre sí. La tradición consiste en destruir y volver a construir el puente Q`eswachaca (“puente de cuerda” en quechua). Miguel Mato elige la observación como método exclusivo y opta por no utilizar un narrador en off o centrarse en un protagonista de alguna de las comunidades. Ese es el gran acierto de la película: la cámara queda en medio de todo el proceso. Desde las reuniones previas a la ceremonia hasta la finalización de la construcción, pasando por los trabajos realizados a mano que tienen como objetivo renovar el ritual, el realizador no se impacienta y dedica toda su atención a una tarea monumental. Esa cámara coprotagonista se inmiscuye y devuelve las imágenes de lo que hasta ahora permanecía oculto. La revelación del rito es lo que hace de Apurimac una experiencia disfrutable, donde los sentidos se estimularán no solo a través de los hermosos paisajes sino también de una banda de sonido acorde que creará el ambiente propicio para contemplar un suceso extraordinario.
El director Miguel Mato propone esta experiencia sensorial y visual a partir de imágenes de una banda sonora constituida por cuencos tibetanos, percusiones y ocarinas, sin necesidad de relatos en off o testimonios. Entre el paisaje subyugante peruano y el ritual de renovación anual del Queswachca, la construcción de un puente de unidad de dos orillas y el encuentro de cuatro comunidades con su cultura ancestral, el resultado conmueve rotundamente al espectador. Se trata de un ritual que todos comienzan por separado, la búsqueda del material natural para fabricar un trenzado especial, luego la unión de esos esforzados trabajos y por fin el resultado. Esde una experiencia repetida pero siempre sorprendente para los ojos de una civilización apurada que suele no reparar en maravillosos rituales que se realizan desde la cultura incaica. Un material valioso realzado por una realización que resalta el entorno natural, los trabajos humanos y una ceremonia de unión con lo sagrado.
Cuatro comunidades indígenas con varios siglos de historia trabajan juntas en la cordillera peruana para renovar el Q'eswachaca, único puente colgante construido por la civilización inca que se conserva en Perú y que cruza el río del título. Ese es el foco de este buen documental filmado en un escenario imponente, a 4000 metros de altura, y orientado a revelar la importancia, y la persistencia de un proyecto colectivo de raíz ancestral. El cuidado trabajo de fotografía y la acertada utilización de una banda sonora funcional y sugerente pero en absoluto intrusiva son dos de las fortalezas de un film original y de claro corte antropológico.
"Apurimac": el último puente inca En una suerte de inmersión antropológica, la película pone énfasis en abordar el sentido comunitario en un remoto paraje de la zona del Cuzco. El dron avanza y sube lentamente por la ladera de una montaña, describiendo con imágenes los imponentes paisajes de la cordillera peruana. Allí, a casi cuatro mil metros de altura, en un lugar remoto del distrito de Quehue, departamento del Cuzco, viven los integrantes de cuatro comunidades quechuas, famosos en todo el mundo por la destrucción seguida de una nueva construcción, todos los meses de junio, del último puente colgante inca, una tradición con más de quinientos años de antigüedad. Acostumbrados a la presencia de periodistas y fotógrafos, a pesar de recibirlos todas las temporadas como una visita casi obligada, los hombres y mujeres responsables de la faena sostienen sin inmutarse cada uno de los pasos del ritual. Apurimac – El dios que habla, del realizador argentino Miguel Mato, reprime la ansiedad por llegar al meollo de la cuestión y registra primero las actividades cotidianas de los habitantes del lugar: el pastoreo de llamas y ovejas, la recolección de papas y batatas, el lavado de la ropa en una pequeña acequia. Y, desde luego, el acto de cortar las largas pajas de q’oya que servirán para trenzar hilos y cuerdas, materia prima del Q'eswachaka, el “puente de cuerda” que quedará suspendido sobre un desfiladero, a unos diez metros del agua. A pesar de la autodescripción como una “experiencia sensorial”, la película de Mato (director de los documentales Yo, Sandro – La película y Espejitos de colores) está más cerca de la inmersión antropológica: sin una voz en off que haga las veces de guía y apenas algunos pocos registros de la voz humana comunicando ideas, es la cámara la única encargada de transmitir formas, acciones, conceptos y tradiciones. De hecho, hay en la película algo de oda a la vida tradicional, sin contaminaciones externas, y apenas un puñado de planos de productos manufacturados –allá abajo, en un mercado del pueblo– confirman que se trata de un Perú en tiempo presente. El culto a la Pachamama, las ofrendas a la Madre Tierra –con sus hojas de coca y semillas celosamente dispuestas sobre el suelo– y los rituales nocturnos a la luz de la luna, no han variado demasiado con el correr de los siglos, más allá de la proliferación de botellas con bebidas alcohólicas y los sombreros de las mujeres quechuas, que no han pasado de moda desde que comenzaran a usarse a finales del siglo XIX. Cuando parece que Apurimac se contentará con un simple registro y edición de escenas meramente ilustrativas, llega el momento de las ceremonias y fiestas, acompañada por la música en plan fusión de Daniel Bargach Mitre. El viejo Q'eswachaka cae y comienza a erigirse el nuevo. Las mujeres se apartan –ya que, dicen, atraen la mala suerte– y los hombres comienzan a tender las sogas que harán las veces de sostenes de la obra. El sentido comunitario comienza a ser cada vez más evidente, aunque nadie ni nada lo explicite abiertamente: los hilos tejidos por las mujeres de las cuatro comunidades poco pueden hacer de manera individual, pero trenzados en cuerdas cada vez más gruesas son capaces de soportar el peso de una docena de seres humanos. El símbolo es fuerte. El puente también, literalmente.
En general, nuestra cultura citadina nos impulsa a vivir velozmente. Todo tiene su tiempo, que debe ser ágil y estar plagado de emociones intensas. Si no, baja la adrenalina y se pierde la emoción. Y desaparece el interés. Digo esto porque darse un tiempo para ver "Apurimac" es desafiar esa modalidad y adentrarse en un universo distinto, pausado, bello y ancestral, al que pocos accedemos con regularidad. Miguel Mato (responsable del interesante "Yo, Sandro"), viaja al norte, más precisamente a la cordillera peruana, y toma contacto con cuatro comunidades que se encuentran a más de 3700 mts de altura y que tienen un ritual poco común. En un acto de construcción colectiva, han decidido hace tiempo, desarmar y volver a armar un puente que los conecta, sobre un importante precipicio... Rescatar esa costumbre impulsa a los habitantes de esos pueblos a vivir ese evento anual, como un momento de rescate y conmemoración de los ancestros que vivieron en ese árido territorio. Mato elige observar a través de la cámara, sin intervenciones ni guías. Sólo tendremos la información que aparece a lo largo del film y si bien la misma es variada, debemos decir que nos gustaría un mayor background a la hora de profundizar en la raíz de esta tradición. Esto, desde ya, no impide que el espectador curioso, se predisponga a vivir una experiencia de observación intensa y relajada. "Apurimac: el dios que habla", es un film documental que tiene su mayor fortaleza, en lo visual. El material que Mato registró es un hallazgo para el público porteño y le da una dimensión originaria plena de sentido. Conocemos a los habitantes de esos pueblos en contexto, viendo como ser relacionan y que esperan del evento que los convoca. El director acierta en la modalidad de registro y logra captar la belleza del paisaje y la de los habitantes, en todo su esplendor. El trabajo en fotografía es excelente y le da a "Apurimac", un mayor nivel que a propuestas similares. Mato eligió una buena historia para documentar y eso se nota en la riqueza silenciosa que su film ofrece. En síntesis, un trabajo de registro original que suma y puede interesar especialmente a quienes quieren conocer más sobre los pueblos andinos y la forma en que viven y se vinculan entre sí.
Adorable Puente. Crítica de “Apurimac: El Dios que habla” de Miguel Mato Cuatro comunidades con varios siglos de historia a 3.700m de altura en medio de la cordillera peruana unidas por un ritual ancestral, nos llevan con sus voces a conocer el rito de renovación del puente Q`eswachaca y nos regalan la posibilidad de otra mirada sobre el mundo. Por Bruno Calabrese. Cuencos tibetanos, percusiones y ocarinas, el hermoso antiplano peruano, un paisaje lleno de llamas y guanacos. Un silencio interrumpido por el ruido del viento sobre el pastizal. En la paz del lugar se encuentras cuatro comunidades, la Qollana Quehue, Winchiri, Chaupibanda y Choccayhua. Año tras año renuevan un ritual que significa la unión de los pueblos que de otra manera estarían desconectados entre sí. La tradición consiste en destruir y volver a construir el puente Q`eswachaca. Miguel Mato elige solo ser testigo con su cámara, dejando que las imágenes hablen por si solo. Desde las reuniones previas a la ceremonia hasta la finalización de la construcción, pasando por los trabajos realizados a mano que tienen como objetivo renovar el ritual, la cámara está quieta ahí y enfoca toda su atención en la descomunal tarea que significa llevar a cabo semejante evento. Maravillosos rituales que se llevan a cabo desde la cultura incaica, como la búsqueda natural del material para fabricar el trenzado que sostendrá el puente, la unón de todas las comunidades para lograr construir un puente que logre unirlos y no separarlos. Pero para eso es necesario que ese vínculo se refuerze, y ellos eligen destruir la unión, para volver a construirla y hacerla más fuerte. “Apurimac” es una experiencia notable, que permite inmiscuirnos en un ritual estimulante en todo sentido. Apoyado en la belleza del paisaje peruano y en los bellos sonidos musicales y ambientales, crea el climax perfecto para admirar un evento tan extraordinario como llamativo. Puntaje: 70/100.
OBSERVACIÓN NO ES IGUAL A EXPERIENCIA Ya desde su mismo póster y su sinopsis, Apurimac – El dios que habla se quiere presentar como una “experiencia sensorial visual y sonora”, y hay que reconocer que le pone empeño para cumplir su promesa. El film de Miguel Mato busca salir de los parámetros habituales del documental, indagando en el rito de renovación del puente Q`eswachaca, en el que participan cuatro comunidades con varios siglos de historia sobre sus espaldas, en el medio de la cordillera peruana. Y en buena medida lo logra, aunque eso no termine de traducirse en resultados completamente óptimos. La apuesta de Mato es clara a lo largo de todo el metraje: una ausencia casi absoluta de diálogos o incluso voces, una concentración constante en la composición de las imágenes y la búsqueda permanente de darle entidad al paisaje, al cual convierte quizás en el verdadero protagonista. A la par, la utilización de una banda sonora donde prevalece la creación de atmósferas casi experimentales y un peso casi tangible del sonido, como sustentos para la observación de los espacios cordilleranos y las rutinas, tradiciones y rituales de las comunidades. Sin embargo, esa experiencia que se pretende hilvanar queda a mitad de camino, básicamente porque la articulación de elementos rara vez salen de lo remarcado y hasta la pose. Es que toda experiencia requiere, aunque sea de manera indirecta o sutil, un hilo narrativo mínimamente consistente. Eso rara vez termina de aparecer en la película, a pesar del seguimiento de un evento particular y decisivo para la constitución identitaria de las comunidades. De ahí que se imponga una mirada distanciada, que solo en algunos pasajes se enlaza con las herramientas audiovisuales que despliega la puesta en escena. La labor de inmersión no consigue completarse –quizás por buscarse tanto, lo cual es toda una paradoja- y estamos ante un film que, a pesar de no buscarlo, es primariamente un documental de observación, que alterna entre lo didáctico y lo antropológico. La cámara de Apurimac – El dios que habla está ciertamente fascinada pero eso no le alcanza para fascinar al espectador. Eso no le quita necesariamente interés, pero la aleja de su objetivo de convertirse en una experiencia distintiva.
Mucho se propone a través de las imágenes que es otro de los personajes, seguida por su flora y fauna, el recorrido va por distintas locaciones, allí vemos como viven diferentes familias en medio de la cordillera peruana, con sus tradiciones, cultura y costumbres. Sobre escenarios naturales maravillosos, ellos realizan el trabajo de la tierra, cría de animales y hasta se unen todos para construir un puente “Qeswachaca” que desde su trenzado hasta el instalarlo genera al espectador una gran tensión. También existe un gran juego con los sonidos, lo sensorial y los hábitos. Algunos diálogos y descripciones de zonas se pierden por no tener subtítulos.
Documental observacional que registra una tradición ancestral de pueblos originarios, Mato regresa al cine con una película diferente a aquello que tiene acostumbrado como producto, y, en este caso, revisitando una tradición cinematográfica que en la espera junto a la cámara logra transitar hechos particulares para construir sentido y significado.