Más allá de los antecedentes previos de diferente factura, el mundo de los superhéroes en el cine pensado, escrito, planificado y ejecutado como un mega plan generador de películas, merchandising y videojuegos (traducido todo en billones de dólares), le corresponde al siglo XXI. Ya sabemos que MARVEL tiene en sus filas a los X-Men, Guardianes de la Galaxia y los Avengers (entre otros de tercera línea), mientras que DC COMICS enfila a Batman y a Superman como mascarones de proa, a La Mujer Maravilla (cuya primera entrega ya tiene secuela), Flash, Linterna Verde (estrenada en 2012) y el personaje con 77 añitos recién cumplidos desde su primera publicación y que ya había aparecido en “Liga de la Justicia” (Zack Snyder, 2017): Aquaman, el estreno de la semana.
La referencia de estos dos “Boca-River” de héroes y villanos viene a colación para establecer las enormes diferencias entre ambas empresas a la hora de elaborar sus productos. En el caso de los estudios fundados por el recientemente fallecido Stan Lee, da la sensación que no hay una sola palabra o situación que esté escrita sin antes haber pensado en cómo eso se conectará luego con los próximos proyectos. Cada diálogo es parte de una gran red que se va tejiendo poco a poco y cuyo lauro final, luego de la aparición de Capitana Marvel el año que viene, será con el cierre de Avengers y la entrada de los X-men. En el campo de en frente, es todo mucho más caótico e indefinido, empezando por la casi nula planificación, la disparidad abismal de criterios artísticos y registros actorales, y como corolario de todo la distancia estética entre una entrega y la otra. ¿Qué tiene que ver la oscuridad sórdida y lluviosa de “Batman vs Superman” (2016) con el brillo dorado de “Mujer Marvilla” (2017) o el happening multicolor de “Aquaman”? Nada. Sin embargo seguirán insistiendo, suponemos, hasta poder amalgamar el universo creativo.
A eso vamos entonces. En realidad no hay mucha construcción de personajes. La voz en off del protagonista nos contará en los primeros minutos como es que la reina de Atlantis – sí, el famoso reino perdido en el océano - Atlanna (Nicole Kidman) se rebela contra los mandatos y aparece inconsciente en una orilla de Maine. Rescatada por Tom Curry (Temuera Morrison), ambos inician un romance prohibido del cual saldrá Arthur – nombre de rey por cierto -. Es mestizo, es cierto, pero con sangre real.
Habrá un corte al presente. Aquaman ya está grandecito, fuerte, musculoso, y lo suficientemente dominador de sus poderes como para frustrar un ataque pirata a un submarino. Ahora ya sabemos de dónde viene y de qué es capaz el héroe de marras. Sin embargo toda la acción se trasladará al fondo del océano, lugar del cual tendremos mucha información aparentemente relevante, como por ejemplo que hay como siete reinos, cada uno con sus características, cuyo dominio total es pretendido por Orm (Patrick Wilson) también hijo de Atlanna, pero de su unión con Atlan (una onda Manuela y Manuel si fueran españoles), el fallecido rey de Atlantis en cuyo lecho está el tridente dorado que sólo podrá ser recuperado por el “elegido” ¿Adivine quién es?
El guión de “Aquaman”, escrito por David Leslie, Johnson-McGoldrick y Will Beall, es una suerte de híbrido entre el de “Atlántida: la ciudad sumergida” (Kevin Connor, 1978) y el de “La sirenita” (Ron Clements y John Musker, 1989), con la estética multicolor de “Buscando a Nemo” (Andrew Stanton 2003) y la de “Thor”(Kennet Brannag, 2013), aunque ésta última, con todos los problemas que tenía de ritmo, se aferraba bien al conflicto de los dioses y la construcción de los personajes con sus vueltas de tuerca.
En el caso de este estreno, lo “shakespereano” desaparece poco a poco a favor de la espectacularidad de cada uno de los enfrentamientos en el agua, siendo estos los sostenes primordiales del relato, cayendo como consecuencia en el exceso de dependencia de los efectos especiales, visuales y sonoros, que ciertamente son un prodigio. Es demasiado riesgo al contar con un actor protagónico cuya especialidad no es precisamente un abanico de recursos interpretativos. Jason Momoa hace lo poco que puede con mucha dedicación. Una pena que James Wan, el director de esta producción, no haya profundizado más eso que propone el actor en su pelea inicial o en la escena de la “selfie” en el bar: un cancherito fachero cuya altivez y arrogancia lo pintan como un ser soberbio e irresponsable en el uso de sus poderes. Ese orgullo y soberbia que sí funcionaba y todavía hoy funciona con Chris Hemsworth en Thor. Por el contrario, los diálogos y situaciones que debe sortear le presentan más dificultades que soluciones al actor de la última versión de Conan (“Conan el bárbaro”, 2011).
Así, su transitar por el papel protagónico es errático por defectos propios y ajenos. Recién en el último tercio de la película hay un repunte dramático que ayuda, pero también es insoslayable el hecho de estar rodeado de un elenco talentoso encabezado por Nicole Kidman, Wilem Dafoe, Patrick Wilson, y un gran conocedor del género de acción como Dolph Lundgren.
Fuera de estas consideraciones “Aquaman” no se hunde por dos factores fundamentales: el primero, la ansiedad de un público fanático predispuesto a verlo y perdonar muchas cosas; El segundo, el sostén rítmico. En esto sí el realizador es especialista por todos sus antecedentes en Hollywood, empezando por alguna de las de Rápido y furioso y la saga de El conjuro. Gracias a eso la película resulta un entretenimiento aceptable de cuya secuela se esperará mucho más, al igual que de su inclusión en la siguiente entrega de “Liga de la justicia” (si es que ocurre)