James Wan se aleja un rato del cine de terror para traernos a la pantalla grande a Aquaman.
Las películas de DC Comics, desde el principio, no tienen la suerte o el oficio de estar a la altura de lo que se esperaba de sus superhéroes. Siempre a la sombra del éxito logrado (con los actores, los guiones y la estética visual) de Marvel. Cada vez que sale una nueva película de DC, más de un apurado critico la nombra como la salvadora del estudio y Aquaman no fue la excepción.
El héroe del mundo marino ya se nos había presentado en la película de Liga de la Justicia y es cierto que la elección de Jason Momoa desde el physique du role era acertada.
En esta película en solitario de Aquaman, los hechos suceden después de la película Liga de la Justicia en donde Arthur (Aquaman) hijo de un humano y de la reina de la Atlántida, tendrá que elegir involucrarse antes de que los habitantes del mundo marino invadan la superficie y reclamar su lugar en el trono de la ciudad perdida.
Con peleas acuáticas muy bien logradas, pero extensas y demasiadas. Con una presentación de personajes y de conflicto que dura más de cuarenta minutos. Con una banda sonora que parece más un rejunte de lo que quedó que pensada para este nuevo héroe. Y con un guion que (por más que sea el chiste fácil es cierto) hace agua por todos lados con poco trazo fino y sorpresas.
Incluso, por momentos, en Aquaman parece más interesante la historia detrás del personaje de Nicole Kidman (la reina Atlanna) que la historia (en desarrollo) de Arthur/Aquaman.
Entiendo que pueda parecer que la película me pareció algo digno de olvidar y de no acercarse a los cines, pero no es así.
No quiero olvidarme de Zack Snyder (Liga de la Justicia, El hombre de acero, Batman vs. Superman: El origen de la justicia) que, si bien acá cedió el asiento de director, como productor ejecutivo no se olvidó de lo que siempre tiene su cine: escenas en cámara lenta para agregarle emoción y dramatismo donde no lo hay.