Basta de películas de superhéroes. O al menos de producciones que intentan desde la exageración, el desborde, la pirotecnia visual y no mucho más, seducir a espectadores sedientos de comic y de más aventuras superficiales.
Acá al Aquaman que conocemos lo inflan con esteroides, le agregan una nacionalidad tercermundista y le inventan un romance con una sirena. Nicole Kidman se presenta como la reina del mar, madre de unos Caín y Abel que se las traen, en una producción vacía, aburrida, larga, muy larga, y que en el fondo emula la fórmula Marvel para conquistar al público.